“The Promise”: La verdad sobre la muerte de Jana

“La Promesa”: La verdad sobre la muerte de Jana

El hangar, que alguna vez había sido símbolo de sueños y libertad, se convirtió en un lugar sombrío. El aroma del aceite de motor y la esperanza de volar fueron reemplazados por el perfume invisible y persistente de Jana, transformando aquel refugio en un mausoleo cargado de recuerdos. Manuel Luján pasaba allí sus días como un espectro entre máquinas inertes. Sus manos, que antes trazaban con firmeza las líneas de los fuselajes, temblaban ahora al contacto con el metal frío, como si aún pudieran escuchar la risa de Jana. Desde su muerte, la vida se había desmoronado: cada amanecer lo hundía en la certeza de su ausencia y cada noche lo arrastraba a la tortura de evocarla. En el palacio, todos caminaban a su alrededor con respeto, susurrando compasiones que él rechazaba. Ninguna palabra, ningún gesto, era capaz de aliviar la herida que lo había dejado hueco, enterrado en vida junto a su esposa y al hijo que nunca conocería.

En ese hangar vacío, Manuel se sentaba en el taburete donde Jana solía observarlo trabajar. Al cerrar los ojos, la imaginaba sonriendo, concentrada, desafiante. Recordaba su último vuelo juntos, cuando el viento jugaba con su cabello y ambos soñaban con un futuro lejos de intrigas, construyendo motores y una vida propia. Ahora, todo eso eran cenizas. El hangar ya no era libertad, sino una jaula hecha de recuerdos, de la que Manuel ni podía ni quería escapar. El rugido de los motores, antes melodía de esperanza, se había transformado en un lamento perpetuo.

Mientras él se consumía en la apatía, Curro de la Mata se aferraba a un juramento inquebrantable: descubrir quién había acabado con la vida de su hermana. La biblioteca se convirtió en su cuartel general. Allí revisaba informes del sargento Burdina, declaraciones del servicio y los partes médicos del doctor Gamarra. La detención de la marquesa Cruz de Luján, aunque parecía una solución, solo generó más dudas: Gamarra había confirmado que ella estaba vigilada en el momento crítico, por lo que no pudo ser la culpable. Si no había sido Cruz, ¿quién lo había hecho y por qué habían querido incriminarla?

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La obsesión de Curro lo llevó a las pertenencias personales de Jana. Entre pañuelos y libros, encontró un diario. Allí, Jana narraba sus días, sus miedos y su amor por Manuel y el bebé que esperaban. Pero lo más inquietante fue la última entrada, escrita con letra temblorosa poco antes de ser hallada inconsciente: “El Dr. Abel me ha visitado. Insistió en un nuevo sedante… me siento extraña, muy pesada”. El nombre retumbó en su mente. Abel, el médico que había abandonado La Promesa meses atrás, aquel que había sido amigo de Manuel y cómplice de Jimena en su falso embarazo. De pronto, las sospechas se volvieron certezas: Abel estaba implicado en el destino de Jana.

Curro compartió el hallazgo con Manuel, quien al leer esas palabras revivió de golpe. La apatía se transformó en furia: Abel, el supuesto amigo, no solo había encubierto mentiras, sino que podría haber causado la tragedia. Recordando sus deudas, la enfermedad de su esposa y sus constantes problemas económicos, todo encajaba. Abel había traicionado a cambio de dinero. Pero ¿quién lo había contratado? Manuel y Curro solo pudieron pensar en un nombre: Jimena, expulsada de La Promesa, consumida por celos y con dinero suficiente para financiar cualquier plan siniestro.

Decididos, viajaron a Madrid. Allí descubrieron que Abel había perdido su licencia por “experimentación no autorizada”. Según un viejo profesor, el médico estaba obsesionado con alcaloides de ranas amazónicas capaces de inducir catalepsia, un estado que imitaba la muerte. Con esa revelación, la idea más descabellada tomó forma: ¿y si Jana no había muerto, sino que había sido víctima de un plan retorcido para hacer creer lo contrario?

Un salto al pasado desvela la conspiración: semanas antes, en una posada, Jimena ofreció a Abel una fortuna a cambio de un plan macabro. No quería la muerte rápida de Jana, sino condenar a Manuel a vivir con el dolor de haberla perdido para siempre. Abel, desesperado, aceptó. La noche fatídica, administró a Jana un sedante experimental que la sumió en una muerte aparente. Con ayuda de falsos funerarios, se llevaron su cuerpo bajo el amparo de la oscuridad. El plan estaba en marcha.

Pero la historia dio un giro aún más cruel: Jana despertó en una habitación blanca y estéril, prisionera no en un hospital, sino en una celda. Allí la esperaba Laura, la esposa enferma de Abel, consumida por celos y resentimiento. Según ella, Abel había sacrificado su vida y reputación por salvar a Jana, y por ello ahora debía pagar con su libertad. Jana comprendió que no estaba en manos de un médico, sino en la jaula de la obsesión de una mujer rota.

Paralelamente, en La Promesa, Lorenzo de la Cuesta seguía con su chantaje a Leocadia de Figueroa, reteniendo a Ángela como rehén a cambio de su fortuna. Con la ayuda de Cristóbal, Pía y Rómulo, Leocadia tramó un plan arriesgado: simularía aceptar las condiciones, pero propondría el intercambio en las viejas cuevas, donde la Guardia Civil aguardaría para capturarlo.

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Mientras tanto, Manuel y Curro siguieron el rastro de Abel hasta el “Sanatorio de la Paz Serena”, en la sierra. Convencidos de que Jana estaba allí, vigilaron días antes de lanzarse al rescate. La tensión era insoportable: cada minuto podía ser decisivo. Jana, en su celda, intentaba razonar con Laura, pero se topaba con su locura. En la finca, Leocadia se preparaba para enfrentarse cara a cara con el secuestrador de su hija.

Finalmente, todo estalló. A las tres de la madrugada, Manuel y Curro irrumpieron en el sanatorio. Encontraron a Abel, roto y derrotado, confesando que Jimena lo había pagado y que su esposa Laura mantenía a Jana encerrada. Siguiéndolo, hallaron a Jana a punto de ser inyectada por Laura enloquecida. En un forcejeo, Curro logró detenerla y Manuel abrazó por fin a su amada. El reencuentro estuvo cargado de lágrimas, alivio y la promesa de no dejarla nunca más.

Al mismo tiempo, en las cuevas, Lorenzo presentó a Ángela como prueba de vida. Convencido de su victoria, cayó en la trampa tendida por Leocadia y el servicio, mientras la Guardia Civil se preparaba para detenerlo. Dos batallas paralelas, dos rescates que marcaron el destino de La Promesa.

Lo que comenzó como una historia de muerte se reveló como un plan perverso, tejido con engaños, ciencia prohibida y celos enfermizos. Ahora, con Jana viva pero marcada por su cautiverio, y con Manuel dispuesto a enfrentarse a todo por ella, la verdadera guerra apenas comienza.