Tasio mantiene una discusión con su madre y le pide que se marche de Toledo – Sueños de Libertad
A ver, madre, ¿usted se cree que soy tan estúpido para necesitar su protección?
En el próximo giro de la historia, la relación entre Tasio y su madre se tambalea hasta llegar a un punto de ruptura inesperado, marcado por reproches, viejas heridas y la sombra de don Pedro, cuya presencia parece dividir a la familia en dos bandos irreconciliables. Lo que comienza como una conversación cargada de preocupación materna, pronto se convierte en un enfrentamiento desgarrador que deja al descubierto los temores y resentimientos más ocultos.
La madre, convencida de que su deber es proteger a su hijo, intenta advertirle de los peligros que supone dejarse llevar por don Pedro, a quien ella percibe como un hombre manipulador y lleno de rencor hacia el padre de Tasio. Con voz firme, le recuerda que, aunque él ya no sea un niño, siempre será su hijo, y que su instinto de madre la obliga a interponerse en el camino cuando cree que está a punto de cometer un error fatal. Sin embargo, Tasio se siente ofendido. Cree que su madre lo trata como si fuera incapaz de decidir por sí mismo, y la acusa de querer controlar cada aspecto de su vida.

El ambiente se caldea rápidamente. Tasio recuerda el primer encuentro con don Pedro y cómo ella, desde ese mismo instante, lo juzgó sin darle la oportunidad de demostrar nada. Según su madre, aquel día le bastó con observar su mirada y su actitud para descubrir la verdadera naturaleza de ese hombre, y ahora se siente confirmada tras un nuevo desencuentro que ha sido, según sus palabras, desagradable y lleno de hostilidad. La madre asegura que don Pedro odia profundamente al padre de Tasio y que su único propósito es manipularlo para separarlo de su propia sangre.
Tasio, sin embargo, no comparte esa visión. Defiende a don Pedro argumentando que atraviesa un momento personal difícil y que lo único que necesita es comprensión y paciencia. Pide a su madre que no lo juzgue tan duramente, pues cree que, bajo esa fachada severa, hay un hombre que merece una segunda oportunidad. Pero ella insiste: “no es un hombre comprensivo, y tú no deberías permitir que te ponga en contra de tu padre”.
La tensión escala aún más cuando Tasio lanza una acusación dolorosa: le dice a su madre que parece estar obsesionada con Damián, insinuando que sus advertencias y su actitud protectora esconden algo más, quizás un antiguo sentimiento que aún no ha podido enterrar. La madre, horrorizada, niega rotundamente tal cosa y le reprocha semejante “tontería”, asegurando que lo único que busca es su bienestar, que desea que fortalezca los lazos con su familia y que, le guste o no, los de la reina siempre serán parte de su vida.
Pero Tasio, herido y con la mente nublada por la influencia de don Pedro, no cree en sus palabras. La acusa de haber sido también víctima de la manipulación de ese hombre, de haberse dejado engañar por su juego de control y dominación. La llama crédula y se muestra más distante que nunca. La madre, dolida, le exige respeto. Le recuerda que, aunque él ahora sea un adulto y esté lleno de responsabilidades, ella sigue siendo su madre y merece ser tratada con dignidad.
En lugar de ceder, Tasio reacciona con dureza. Confiesa que está harto de sus constantes intervenciones, que no soporta que se inmiscuya en decisiones que no comprende y que no tiene idea de lo que realmente ocurre en su vida. Con palabras frías, le dice que ya no la reconoce, que su actitud lo hace sentir como si estuviera enfrentándose a una extraña. Incluso llega a insinuar que el poder que le ha dado don Pedro podría estar resultando demasiado para él, una carga que lo está transformando y alejándolo de quienes lo aman de verdad.
El clímax llega cuando Tasio, incapaz de contener más su frustración, le pide que se marche. Y no solo se refiere a abandonar la oficina o el lugar donde se encuentran, sino que directamente le sugiere que regrese al pueblo. Con firmeza, le anuncia que pedirá a la secretaria que le saque un billete de autobús para esa misma tarde. Le ruega que recoja sus cosas, que se marche y que lo deje trabajar en paz.
La madre, deshecha por el dolor, no puede creer lo que oye. Entre lágrimas, le suplica que reflexione, que no la expulse de esa manera, especialmente cuando las cosas entre ellos están tan mal. Le recuerda cuánto lo ama y cuánto le duele verlo así, tan transformado, tan distante y dominado por la sombra de otro hombre. Pero Tasio, implacable, responde que ese disgusto se lo ha ganado ella sola, como si fuera un castigo inevitable por no saber respetar sus decisiones.

La música de fondo intensifica la escena, subrayando el dramatismo de un momento en el que madre e hijo parecen estar en lados opuestos de una batalla que ninguno de los dos quería librar, pero que el destino les ha puesto en el camino. La madre, rota, comprende que las palabras de su hijo no son solo fruto de la rabia, sino también de la influencia que don Pedro ha ejercido sobre él, envolviéndolo en un halo de poder y arrogancia que lo hace perder de vista lo verdaderamente importante: los lazos de sangre, el amor familiar y el respeto a quien lo trajo al mundo.
Este enfrentamiento deja claro que la herida entre ellos no se cerrará fácilmente. La madre carga con la angustia de ver cómo su hijo se aleja cada vez más de sus raíces, mientras Tasio se siente atrapado entre la lealtad a su familia y la atracción hacia la figura de don Pedro, que lo seduce con promesas de poder y libertad. El destino de ambos parece encaminarse hacia un desenlace desgarrador en el que deberán elegir: la familia o la ambición, la verdad o la manipulación, el amor o el rencor.
Lo que queda en el aire es una pregunta inquietante: ¿será capaz Tasio de abrir los ojos antes de que sea demasiado tarde, o el poder de don Pedro logrará romper definitivamente el vínculo irrompible entre madre e hijo?