Sueños de Libertad Capítulo 435 AVANCE

La lluvia golpeaba con furia los cristales de la cafetería “El Colonial”, reflejando la tormenta que se desataba en el corazón de Andrés De la Reina. Él sostenía un sobre de manila, grueso y arrugado, que había llegado a sus manos de forma anónima. La dirección del sobre era inquietante: había sido enviado desde el buzón de la fábrica francesa.

Andrés, el eterno conciliador de la familia, el que siempre había intentado ver la luz en la oscuridad, sentía que un veneno amargo se le subía por la garganta. La traición en la familia era un hecho: Jesús había vendido la empresa a los franceses. Pero el contenido de este sobre sugería un nivel de duplicidad mucho más oscuro y personal.

Frente a él, su hermana, Marta, que había sido la primera víctima de la purga francesa, sorbía un café con el temblor de la rabia contenida.

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“Ábrelo de una vez, Andrés,” siseó Marta. “Estoy segura de que tiene que ver con la forma en que esos gabachos nos han robado. Tienen que haber utilizado algún chanchullo.”

Andrés, sin embargo, temía lo que iba a encontrar. Lentamente, deslizó un dedo bajo el sello y extrajo los documentos. Eran copias de comunicaciones internas y extractos bancarios, todos datados meses antes del colapso final de Perfumerías De la Reina.

A medida que leía, el rostro de Andrés se fue tiñendo de un blanco sepulcral. Sus ojos, antes llenos de cautela, se abrieron con una mezcla de shock y profunda repugnancia.

Marta se inclinó sobre la mesa, impaciente. “¿Qué es? ¿Un soborno a un juez? ¿Evasión fiscal?”

Andrés no respondió de inmediato. Sus manos temblaban tanto que tuvo que apoyar los papeles sobre la mesa. Finalmente, levantó la mirada hacia su hermana.

“No es Jesús,” dijo con voz ronca, casi inaudible sobre el ruido de la lluvia. “O no solo Jesús. Hay alguien más. Alguien que no es de la familia, pero que actuó directamente contra nosotros.”

Marta frunció el ceño. “¿Quién demonios?”

Andrés golpeó la mesa con el puño cerrado, un gesto inusual en él, que reveló la magnitud de su dolor. “Mira esto, Marta. Extractos de cuentas en Ginebra. Pagos realizados durante el último año. ¿Ves el beneficiario?”

Marta entrecerró los ojos para leer la letra mecanografiada. Su respiración se detuvo. Los pagos iban dirigidos a Gabriel Montiel, el dueño de la perfumería rival, el amante secreto de Begoña, el hombre que había jurado ayudar a los De la Reina.

“¡No puede ser!”, exclamó Marta, pero el terror en los ojos de su hermano confirmaba la verdad. “¡Gabriel! ¿Qué hacía Gabriel recibiendo dinero de quién?”

Andrés señaló otra hoja, un borrador de un informe técnico. “Los pagos vinieron de un holding suizo que era propiedad del consorcio francés. Mira este informe. Es un análisis técnico de la fórmula secreta del perfume ‘Sueños de Libertad’, la joya de la corona de la empresa. La fórmula que sólo conocían mi padre… y Begoña.”

La horrible verdad se reveló con una claridad desgarradora. Gabriel, el supuesto aliado y amante, no solo había ayudado a los franceses, sino que probablemente había sido el topo que les dio la información crucial para la adquisición.

“¡El sabotaje de la fábrica, la huelga!”, jadeó Marta, conectando los puntos. “Él lo orquestó todo. Desestabilizó la empresa desde dentro para que pareciera que Jesús no podía manejarla, obligando a mi padre a aceptar el rescate francés. ¡Y todo a cambio de dinero!”

Andrés asintió lentamente, el dolor lo hacía parecer diez años mayor. “El informe técnico… alguien tuvo que darle la fórmula. Alguien cercano a mi padre. Alguien que tenía acceso total a la casa, al laboratorio. Begoña.”

El golpe fue doble. La traición de Gabriel era una daga en la espalda de la familia, pero la implicación de Begoña era un golpe mortal para el corazón de Andrés, quien siempre había tenido una debilidad por ella y había creído en su inocencia.

“Él la usó,” dijo Marta, la rabia se transformó en una maliciosa satisfacción. “Gabriel la manipuló para que le diera la fórmula, tal vez haciéndole creer que la iba a proteger. Y cuando obtuvo lo que quería, la dejó sola en el hospital para completar la venta.”

Andrés se levantó, destrozando los papeles entre sus manos. La indignación era tan intensa que apenas podía respirar. “¡Ese miserable! Él se hizo pasar por nuestro amigo. Se ganó la confianza de Begoña, jugó con ella, para luego vender nuestro legado y la salud de mi padre a los franceses. Y Begoña, inconsciente o no, fue su cómplice.”

“¿Qué vas a hacer, Andrés?”, preguntó Marta, su voz sonaba ansiosa. La venganza era su único consuelo.

Andrés miró a la calle, a la lluvia que lavaba la ciudad, pero no el dolor. “Voy a ir a verlo. Y voy a hacerle entender que el apellido De la Reina no se ensucia impunemente. Gabriel va a desear no haber vuelto jamás a Ledesma.”

El rostro de Andrés, el rostro que nunca antes había mostrado violencia, estaba ahora marcado por una promesa silenciosa y terrible de represalia.


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