SANTOS PELLICER, SOSPECHOSO PRINCIPAL DEL ROBO DE LAS RECETAS DE LOPE || CRÓNICAS #LaPromesa #series

Prepárense, porque lo que está a punto de suceder en Valle Salvaje hará que el suelo tiemble bajo sus pies. Nada volverá a ser igual después de este capítulo. Un espectro del pasado regresa para destruir el presente, una inocente es arrastrada injustamente a la prisión, y los secretos que durante años se mantuvieron bajo llave explotan con una violencia que nadie imaginaba.
Todo comienza en la Casa Grande, donde el duque José Luis de Valle Salvaje celebra su inminente ascenso al consejo del rey. Junto a Victoria, Adriana y don Hernando, brinda por un futuro brillante, por la gloria y el poder. Pero detrás de la sonrisa calculada de Victoria se esconde un temblor, una sombra que presiente el desastre. Mientras las copas chocan, la puerta del salón se abre de golpe y un hombre entra con paso firme, su rostro curtido por los años y sus ojos cargados de ira contenida. El silencio cae como una losa cuando pronuncia las palabras que congelan el aire:
—Don José Luis Gálvez de Aguirre…
La copa del duque cae al suelo y se hace trizas. Frente a él, como un fantasma imposible, aparece Dámaso Salcedo de la Cruz, el esposo desaparecido de Victoria. El hombre al que todos daban por muerto ha regresado, y con él, el derrumbe de todo lo que José Luis había construido. Porque si Dámaso está vivo, su matrimonio con Victoria es ilegítimo. Su poder, su título, su alianza política… todo se desvanece en cuestión de segundos.
Victoria, pálida como el mármol, intenta mantener la compostura. Sabía que Dámaso había vuelto, pero jamás imaginó que irrumpiría en la fiesta, frente a todos. “He venido a reclamar lo que es mío”, dice él con una calma que hiela la sangre. José Luis apenas puede hablar; don Hernando, con la frialdad de los hombres pragmáticos, decide retirarse, consciente de que el escándalo lo puede arrastrar consigo.
Mientras tanto, en la Casa Pequeña, el caos también golpea con fuerza. Mercedes, Luisa y Alejo son interrumpidos por el sonido de caballos. La Santa Hermandad llega con una orden de arresto firmada por la mismísima duquesa Victoria. Buscan a una ladrona: alguien ha robado una talla sagrada de la Casa Grande. Los soldados irrumpen, revisan cada rincón y hallan la talla oculta en el baúl de Luisa. Ella grita su inocencia, pero nadie la escucha. Ante la mirada impotente de Alejo, la encadenan y la arrastran fuera como si fuera una criminal.
Mercedes, horrorizada, entiende que todo es una trampa de Victoria. Luisa ha sido víctima de una venganza meticulosamente planificada. “Esto no se va a quedar así”, jura Mercedes entre lágrimas, prometiendo llegar hasta el fondo. Pero sabe que enfrentarse a Victoria es como retar al diablo.
En la Casa Grande, el duque y Victoria se encierran en su habitación. José Luis estalla en cólera, acusándola de arruinar su vida. “¿Te das cuenta de que nuestro matrimonio no es válido? ¡Me has condenado!”, grita furioso. Victoria intenta defenderse, fingiendo inocencia, pero en el fondo sabe que el duque tiene razón: si el escándalo sale a la luz, ambos podrían ser acusados de bigamia, un delito que les costaría el título, las tierras y la reputación. “Tenemos que hablar con él”, dice ella desesperada. José Luis la mira con desprecio: “Más te vale arreglar esto, porque si mi caída es por tu culpa, lo vas a lamentar”. La deja sola, temblando, mientras ella susurra con rabia: “Maldito seas, Dámaso. Maldito seas por volver.”
Pero Victoria no es una mujer que se rinda fácilmente. Mientras el miedo la devora, su mente ya maquina cómo volver a tomar el control. Y sin saberlo, su mayor enemiga, Mercedes, se alía en secreto con el hombre que acaba de destruirla.
Porque sí, señores: Dámaso Salcedo ha estado refugiado en la Casa Pequeña. Mercedes lo protegió, le dio techo y comida. Y ahora exige respuestas. “¿Qué es lo que busca realmente en el valle?”, lo enfrenta. Dámaso la observa con una serenidad inquietante antes de confesar: “He reg