María miente a Begoña y le propone una tregua entre ambas – Sueños de Libertad
¿Alguna novedad de la inspección de industria?
Spoiler — Una conversación doméstica se convierte en un ajuste de cuentas emocional: un beso fortuito desata dudas, confesiones y la prueba más dura de la confianza reconstruida.
Lo que empieza como una pregunta aparentemente profesional —“¿Alguna novedad de la inspección de industria?”— se transforma en el detonante que abre un abismo entre dos personas que creían haber cerrado sus heridas. Luz, preocupada por la inspección y consciente de que tendrá que dar explicaciones al día siguiente, rompe la regla que ambos se impusieron: nada de hablar de trabajo en casa. Necesita saber en qué punto están, necesita tranquilidad para enfrentarse a los auditores. Luis, que va caminando a su lado, guarda un silencio que pesa más que cualquier expediente; cuando por fin lo rompe, lo hace con una confesión mínima —“Lo siento”— que suena a tambor de alarma en el pecho de Luz.

Ella se sobresalta: le dice que la palabra sola no basta, que su actitud extraña le asusta. Luis vacila, claramente dividido entre el impulso de esconder lo sucedido y la obligación moral del pacto que retomaron cuando volvieron a estar juntos: no más secretos. Por eso, tras un titubeo y recordando ese acuerdo, decide explicarse. Confiesa que en el laboratorio últimamente se siente incómodo, que cuando ella aparece hay un silencio raro y una atmósfera distinta, casi tensa. Luz, afilada en su instinto, no tarda en formular la pregunta que la carcome: “¿Tienes algo con esa chica?”.
El nombre de Cristina aparece en la conversación como una sombra. Luis niega al principio con rapidez, asegurando que no ha tenido nada en su parte. Pero admite un episodio embarazoso: Cristina, en un momento de euforia por haber terminado la tan celebrada “banda del rey”, le dio un beso impulsivo. Lo describe como una torpeza de alegría, algo que ella misma reconoció enseguida como un error y con lo que, según él, se ha cerrado el capítulo: hablaron, aclararon y todo quedó solucionado. Aun así, la honestidad le obliga a contarlo; teme que ocultarlo suponga una traición mayor al acuerdo que habían hecho.
Luz escucha, pero no entiende por qué él se siente tan culpable si fue ella quien puso los labios. Luis responde con la crudeza del que no quiere mentir: el beso duró más de lo que habría deseado. Ese detalle, aparentemente mínimo, le provoca vergüenza y remordimiento. No es que tuviera intención alguna de iniciar algo; sin embargo, la duración del gesto dejó una huella que lo hace sentir mal, como si hubiera cedido, aunque fuera pasivamente, a una situación íntima que debería haber evitado.
La petición de Luz es urgente: que él no se quede inmóvil, que exprese rabia, que suelte lo que tenga dentro. Ella necesita ver reacción, una defensa de la relación. El silencio y la pasividad hieren tanto como una traición activa. Y en medio de esa necesidad de reacciones, la conversación descubre capas guardadas: Luz confiesa que ya cuando él regresó del simposio en Madrid había intuido algo entre ellos; había percibido una conexión fuera de lo profesional, miradas y gestos que no cuadraban con una relación meramente laboral. Ella decidió no darle importancia entonces, quiso confiar, pero los hechos la alcanzan ahora. No es que lo creyera sin pruebas, sino que algo en el ambiente del laboratorio le había hecho sospechar.
Luis intenta matizar: sí, hay una conexión con Cristina, pero es de compañerismo y afecto por lo que ella está viviendo —su vida ha dado un vuelco, ha estado pasando por momentos duros y él, como colega, ha estado para escucharla—. Asegura que nunca le dio pie a pensar que hubiese algo más y que no comprende por qué ella le besó. Sin embargo, la duda persiste: ¿por qué lo hizo? ¿qué motivó ese impulso? Él no lo sabe. No encuentra respuesta clara porque, insiste, no provocó ni buscó ese gesto.
Luz, con la mirada fija en lo esencial, formula la pregunta definitiva que rasga el aire: “¿Ese beso significó algo para ti?” No se trata del hecho en sí, sino de si dejó un poso, un agujero donde pudiera colarse un sentimiento nuevo. Luis se esfuerza por explicar que fue un simple error, un impulso mal calculado, pero Luz no le perdona la ambigüedad: no acepta evasivas porque la herida no es solo física sino afectiva. Quiere saber si en algún rincón de su alma hay dudas, si siente algo que ella deba temer.
Él responde con la sinceridad que la situación exige: “Eres tú a la única que quiero”. Asume que contarle lo ocurrido puede quebrar la confianza entre ambos —quizá debió hacerlo antes, admite—, y promete que a partir de ahora hará lo necesario para que no quede ninguna sombra, para demostrar con hechos que su compromiso es exclusivo. Reafirma su amor: “Nada más, cariño, que te voy a querer siempre. Por favor, tienes que creerme.” Ella, herida pero dispuesta a sostener la relación, responde con una palabra que en la escena suena a tregua: “Me creo.”
Este diálogo es la radiografía de una pareja que intenta recomponer lo frágil. No es solo un beso; es la fractura de una confianza que se construyó sobre promesas y que ahora se ve probada por un gesto aparentemente involuntario. La inspección de industria, el motivo que abrió la conversación, queda relegada ante la urgencia de resolver lo humano: si la confianza se mantiene o se rompe. Porque en la vida de ambos lo profesional y lo personal se entrelazan y, cuando un resbalón altera esa línea, el efecto es devastador.

El spoiler avanza la tensión futura: las promesas ya dichas no bastarán. Hará falta coherencia diaria, gestos que confirmen lo dicho y una vigilancia mutua para que la sospecha no crezca. Cristina, aunque no quiera, permanece como un fantasma que cada uno verá de forma distinta: para uno, un error a olvidar; para el otro, un signo a vigilar. La prueba real será el día a día, las miradas que ya no se dan por y la seguridad que Luis deberá recuperar con hechos, no con palabras.
Al final, la música acompaña la escena en un tono melancólico: la pareja vuelve a un silencio compartido, distinto al anterior, cargado de una promesa provisional. Luz cree, por ahora; Luis promete repararlo. Pero el lector sabe que la cicatriz quedará, y que cualquier roce futuro podrá reabrirla. La historia no termina aquí: comienza un tramo donde la confianza se deberá demostrar paso a paso, informe tras informe, gesto tras gesto, en la rutina que ahora se ha vuelto arena movediza.