María, dispuesta a todo para conseguir el dinero que necesita gracias a Damián – Sueños de Libertad
Es mi única nieta y no he trabajado como un animal
La escena se abre con un tono solemne y cargado de determinación. Una abuela, con la voz teñida de orgullo y preocupación, afirma con rotundidad que ha dedicado toda su vida al esfuerzo y al sacrificio, trabajando como un animal sin descanso, y que todo lo ha hecho con un objetivo muy claro: dejar un legado sólido a su única nieta. No está dispuesta a que todo lo acumulado con sudor y lágrimas se pierda por errores ajenos.
La respuesta que recibe es cauta, aunque con un matiz de advertencia. Se le recuerda que si la fábrica —corazón económico de la familia— se gestionara mal, el difunto Jesús, figura de referencia y memoria venerada, se revolvería en su tumba. La frase resuena como un eco del pasado, recordando que los sacrificios de los ancestros no deben traicionarse. Sin embargo, la abuela recibe un mensaje de tranquilidad: puede confiar en que la gestión actual será correcta.
Pese a esas palabras, la preocupación persiste. El motivo de su inquietud es concreto: no contaba con una ampliación de capital tan repentina. El concepto le resulta molesto, casi una trampa. ¿Por qué, después de tantos años de estabilidad, ahora se exige inyectar más dinero para mantener lo que ya les corresponde por derecho? La explicación que recibe es clara: es la única manera de que la empresa siga adelante sin recurrir a capital externo, lo cual podría ser todavía más peligroso.

La abuela, aún así, no lo entiende. Siente que es injusto tener que desembolsar una fortuna simplemente para conservar la misma participación. ¿Qué sentido tiene? Le explican que, precisamente, se trata de eso: de evitar que su porcentaje se diluya, de mantener intacta la influencia que Julia, su nieta, posee en la empresa. Si no se actúa ahora, la participación disminuirá y con ello se perderá el poder de decisión, lo cual sería nefasto para todos los miembros de la familia, especialmente para la joven heredera.
En ese punto, la conversación se vuelve más directa. La interlocutora aclara que no habla solo de Julia, sino de toda la familia en conjunto. Si pierden peso dentro de la compañía, acabarán sin voz ni voto en las decisiones estratégicas. A la larga, esa situación terminará afectando inevitablemente a Julia, aunque al principio no lo parezca. La advertencia cala hondo: el verdadero riesgo no es el dinero en sí, sino perder la capacidad de influir en la dirección de la empresa.
La abuela, sin embargo, se siente indignada. Comprende que la única manera de que su nieta conserve su porcentaje es que alguien ponga un dineral sobre la mesa. Y lo que más le duele es que esa necesidad no ha sido provocada por Julia, sino por otros que han cometido errores de planificación. ¿Por qué tiene que pagar ella las consecuencias? La respuesta que recibe intenta ser conciliadora: aquel problema era difícil de prever, fue un imprevisto más que un error, y se resolverá en cuanto concluyan las obras que están en marcha.
Pero la explicación no apaga su malestar. Ella insiste: todo se solucionará, sí, pero con el dinero de los socios, y entre esos socios está Julia. Y aquí aparece una nueva dificultad: la fortuna de Julia está invertida en bolsa. Su asesor financiero ha sido claro, no es un buen momento para vender. Retirar el dinero ahora significaría pérdidas enormes. La situación se complica.
Entonces, la conversación da un giro inesperado. Su interlocutor le sugiere, casi con frialdad estratégica, que lo más adecuado sería que ella, la abuela, pusiera la parte correspondiente a Julia. La propuesta la deja helada. ¿Cómo dice? ¿Ella, después de tantos sacrificios, debe ahora volver a abrir su propio bolsillo para salvar la participación de su nieta? La idea la sacude y despierta su desconfianza.
El argumento, sin embargo, se expone con lógica calculada: si realmente quiere velar por los intereses de su nieta, lo mejor sería que lo hiciera ella misma, antes de que lo haga otro. La palabra “otro” resuena como una amenaza velada. ¿Quién podría ser ese otro dispuesto a pagar? La respuesta llega con claridad: don Pedro, el único con verdadera capacidad adquisitiva para hacerlo.
La reacción de la abuela es inmediata y tajante: Pedro jamás movería un dedo sin pedir nada a cambio. Ella lo conoce demasiado bien. Si Pedro decidiera poner dinero por Julia, pediría concesiones: votos a su favor en las juntas directivas, una porción de las acciones de la joven o, en el peor de los casos, más poder del que ya tiene. Esa posibilidad es inaceptable. Darle más control sería permitir que la familia quedara en sus manos.
La interlocutora reconoce que probablemente tiene razón, pero advierte que no es más que una posibilidad hipotética. Nadie le ha ofrecido nada, todo son especulaciones. Lo plantea como una reflexión, no como un hecho consumado. Aun así, el dilema queda planteado: ¿deberá la abuela usar sus propios recursos para salvaguardar la herencia de su nieta, o arriesgarse a que Pedro lo haga con segundas intenciones?

El peso de la decisión se siente enorme. En ese momento, la interlocutora suaviza el tono y asegura que solo piensa en los intereses de su protegida, que su única preocupación es que Julia conserve intacto lo que le corresponde. La pregunta final queda suspendida en el aire, cargada de presión: “La cuestión es si usted va a hacer lo mismo”.
El spoiler concluye con este dilema abierto. La abuela está atrapada entre el orgullo y la obligación, entre la dignidad y la necesidad de proteger a su nieta. Si paga con su propio dinero, demostrará su entrega absoluta, pero también quedará atrapada en una dinámica injusta, donde los errores de otros los paga siempre su familia. Si no lo hace, corre el riesgo de que Pedro intervenga y termine arrebatándoles el poder poco a poco.
La escena no solo refleja un conflicto económico, sino también un choque de valores: la dignidad frente a la conveniencia, la lealtad familiar frente a la presión empresarial. En el fondo, la abuela sabe que cada decisión tendrá un precio, y que su nieta Julia, aún sin ser consciente de ello, se encuentra en el centro de una batalla silenciosa donde el dinero es solo la superficie de un conflicto mucho más profundo.