¡Manuel sorprende a todos con un anuncio increíble! | LA PROMESA: PREVIA 11-12 DE SEPTIEMBRE
La decisión de Manuel de anunciar públicamente que se casará con Jana en solo tres días sacude La Promesa como un rayo inesperado
El ambiente en el gran salón se torna solemne cuando Manuel, con firmeza y sin titubeos, lanza un anuncio que sorprende a todos: ha decidido casarse con Jana y lo hará en tan solo tres días. Sus palabras resuenan como una sentencia inquebrantable, cargada de pasión y determinación: no habrá más retrasos ni obstáculos capaces de apartarlo de la mujer que ama. Este gesto, que para Manuel y Jana representa el triunfo del amor y una declaración de felicidad absoluta, para Cruz y Alonso se convierte en motivo de profunda inquietud.
La marquesa, fiel a sus principios y rígida visión del honor, siente que el mundo se le desmorona. Para ella, Jana siempre será la ex doncella, y verla convertida en nuera es sinónimo de degradar el prestigio de los Luján. Alonso, en cambio, aunque comparte muchas de sus reservas, se muestra dividido. Como padre, entiende que su hijo debe tener derecho a elegir su propio destino, pero como cabeza de familia sabe que esta unión amenaza con empañar el nombre de la casa. La tensión entre la defensa de la tradición y el respeto a la voluntad de Manuel se instala en el corazón del marqués, generándole un conflicto difícil de resolver.

Cruz, más firme que nunca, no duda en considerar este matrimonio un desastre social. Con la fecha fijada tan cerca, entiende que le queda una última oportunidad para detenerlo todo. Y es precisamente en este momento de crisis cuando aparece un apoyo inesperado: Leocadia. Recién llegada al palacio, se ofrece como aliada abierta, dispuesta a ayudar a la marquesa en su cruzada contra las nupcias. El reencuentro entre ambas mujeres comienza con una conversación aparentemente cordial, donde evocan recuerdos de la infancia compartida. Sin embargo, lo que parece un intercambio amable pronto se transforma en un duelo velado: Leocadia, con mirada penetrante, le recuerda a Cruz que su memoria es excelente y que no ha olvidado ni lo bueno ni lo malo. Tras esa afirmación se esconde una amenaza evidente, una daga disfrazada de simple observación.
El rostro de Cruz se tensa, incapaz de ocultar el nerviosismo. Intenta desviar el tema fingiendo hospitalidad, preguntando si la habitación asignada es de su agrado. Pero la respuesta de Leocadia es aún más inquietante: no tiene ninguna prisa en marcharse, lo que le interesa es quedarse largo tiempo en La Promesa y compartir con ella muchos recuerdos. Ese deseo de permanecer instalada en el palacio es una declaración de intenciones que la marquesa entiende al instante: Leocadia no ha venido de visita, sino con un propósito calculado.
Como si no bastara, la recién llegada añade otro golpe maestro. Le confiesa haber conversado con Jana, la elogia por su belleza y se felicita por la elección de Manuel, para enseguida lanzar una pregunta envenenada: ¿de dónde procede realmente la muchacha? Cruz, acorralada, recurre a la mentira. Asegura que Jana proviene del norte de Castilla y que conoció a Manuel en uno de sus vuelos. Leocadia, perspicaz, continúa apretando la herida: comenta que tratándose de un noviazgo tan avanzado, lo natural sería haber estrechado lazos con los padres de la novia. Cruz se ve forzada a inventar otra historia, afirmando que Jana quedó huérfana de niña y fue criada por una institutriz.
El gesto de Leocadia al escuchar estas palabras es revelador. Una sonrisa irónica deja claro que ha reconocido cada mentira y que no piensa dejar pasar la oportunidad de usarlas en el futuro. La tensión se hace insoportable. Para romper el ambiente gélido, Leocadia propone dar un paseo por los jardines. Cruz, con una excusa rápida, rechaza la invitación, pero su interlocutora no se inmuta y decide salir sola, abandonando el salón con una calma inquietante que aumenta la ansiedad de la marquesa.
Mientras tanto, en otro punto del palacio, Samuel también se enfrenta a un dilema íntimo. Pese a los sentimientos que aún lo atan a María Fernández, toma la decisión de no oponerse al matrimonio de Manuel y Jana. Como sacerdote, se aferra a su deber y confirma que será él quien celebre la ceremonia. Esta firmeza desbarata en parte los planes de Cruz, que ve cómo su margen de maniobra se reduce cada vez más. Desesperada, busca junto a Petra nuevas maneras de sembrar discordia antes de que la boda se materialice.
Jana, en cambio, se muestra serena y llena de determinación. Alejada de los juegos de intrigas, disfruta del momento y decide compartir la buena noticia con sus compañeros de la servidumbre. En las cocinas y los corredores, su anuncio desata una oleada de alegría. Ver a la antigua camarera a punto de convertirse en la esposa del heredero no solo despierta admiración, sino también orgullo colectivo. Entre los más emocionados se encuentra María Fernández, conmovida hasta las lágrimas al saber que será testigo de un día tan especial para su amiga.
En paralelo, Curro logra un breve contacto telefónico con Martina. La joven ha conseguido escapar de las garras de José Juan, pero la comunicación es difícil, llena de interferencias. Aun así, Curro le transmite lo esencial: la boda está a la vuelta de la esquina y su presencia en el palacio resulta imprescindible. Martina, dividida entre el miedo y el deseo de acompañar a los suyos, escucha la súplica de Curro, que insiste en que no debe faltar en un momento tan decisivo.
Leocadia, entretanto, sigue desplegando su estrategia silenciosa. Se mueve por los pasillos observando, escuchando y acumulando información. Su curiosidad se concentra en dos figuras clave: Jana y Curro. De la primera, le fascina la transformación de doncella a futura señora de la casa, y se empeña en comprender qué papel juega en las tensiones con Cruz. Del segundo, le atrae su vulnerabilidad. Consciente de que los conflictos con su padre Lorenzo lo hacen frágil y manipulable, comienza a acercarse a él con gestos de aparente amistad, ofreciéndose como confidente mientras en realidad busca explotar sus debilidades para acceder a secretos ocultos.

Otro frente dramático se abre con Ricardo. Una vieja carta de su difunta esposa lo sumerge en un torbellino de recuerdos y culpas. Creía haber enterrado esas heridas, pero las palabras escritas reavivan dolores antiguos y lo sumen en una crisis emocional que lo deja ausente, incapaz de concentrarse en sus labores justo cuando más se requiere de todos para organizar la boda. Petra percibe su falta de atención y no duda en reprenderlo con dureza, aumentando su angustia. Ricardo, atrapado entre el silencio y el remordimiento, elige callar, incapaz de explicar lo que le ocurre.
Rómulo, siempre observador, se percata de que tras ese comportamiento errático late algo más profundo. Con paciencia, busca la ocasión de hablar con él, dispuesto a tenderle una mano y descubrir qué secretos atormentan al fiel mayordomo.
Así, el capítulo avanza entre pasiones encontradas: el amor de Manuel y Jana que se abre paso con valentía, la oposición implacable de Cruz reforzada por la inquietante presencia de Leocadia, los dilemas de Alonso y Samuel, las intrigas silenciosas, el orgullo de la servidumbre, la vulnerabilidad de Curro y el tormento de Ricardo. Todo ello en una atmósfera de tensión creciente que anuncia que nada será sencillo en los días previos a la boda.