Luz empieza a tener dudar sobre Luis – Sueños de Libertad
¿Me estoy volviendo loca o tú también crees que hay algo entre ellos?
SPOILER:
Las dudas comienzan a crecer de manera silenciosa, como una espina que se clava poco a poco en el corazón. Una mujer, incapaz de acallar la inquietud que lleva días rondándole, decide confiar su temor a una amiga cercana. Con voz temblorosa, pero tratando de sonar firme, suelta la pregunta que no se atreve a formular ni siquiera frente al espejo: “¿Me estaré volviendo loca, o tú también percibes que hay algo entre ellos?” La otra queda descolocada, sin saber muy bien cómo responder de inmediato. El silencio pesa, y la confesión se transforma en un torrente de inseguridades que buscan desesperadamente confirmación o consuelo.
La amiga, intentando mantener la calma, le dice que quizá lo que pasó entre Luis y Cristina no es más que un impulso del momento, una chispa fugaz que no tiene mayor trascendencia. Sin embargo, el intento de minimizar lo ocurrido no calma el dolor; al contrario, enciende las alarmas. Ella insiste: “Si le doy importancia es porque Luis se la ha dado. No me lo contó en el momento, tardó en hacerlo porque se sentía fatal, y eso me preocupa.” Lo que debería ser un gesto de sinceridad se convierte en una daga de sospecha.
El diálogo avanza con titubeos. La amiga le recuerda algo esencial: que Luis la quiere, que siempre se lo ha demostrado y que, pese a este error, ella debería tener claro su amor. Pero la herida está abierta, y la desconfianza crece cuando confiesa que desde hace un tiempo siente que entre Luis y Cristina hay una conexión especial, un vínculo que va más allá de lo profesional. Su amiga asiente, reconociendo que ese comentario no es nuevo, que ya lo había escuchado antes: los dos pasan largas horas juntos, aislados, compartiendo la pasión por un mismo proyecto, lo que inevitablemente genera complicidad.

En su intento de consolarla, la amiga recurre a una experiencia personal. Recuerda cuando ella misma trabajaba con Jaime, cómo las largas jornadas compartidas podían confundirse con algo más, aunque nunca cruzaran un límite. Añade que Cristina, además, no solo es inteligente y apasionada en su trabajo, sino también muy simpática, encantadora y físicamente atractiva. Y esa suma de cualidades alimenta los celos.
La pregunta inevitable aparece: “¿Has hablado de esto con Luis?” La respuesta es evasiva. Apenas un poco, dice ella, sin ganas de profundizar más porque teme que hablarlo solo agrande la brecha. Aun así, confiesa que fue Luis quien le contó lo del beso, asegurando que lo hizo para no tener secretos. Él le juró una y otra vez que aquel beso no significó nada.
La amiga intenta ver el lado positivo: si Luis lo ha contado, es porque quiere ser transparente. Pero la herida no se calma; ella replica con dureza: “No me lo contó por honestidad, me lo contó porque se siente culpable. ¿Y sabes por qué se siente culpable? Porque en el fondo ese beso le gustó.” Una sentencia cargada de dolor, que retrata lo difícil que es sostener la confianza cuando la duda ya se instaló en el corazón.
A pesar de eso, la amiga insiste en que la confesión de Luis es una prueba de amor, un reconocimiento que demuestra que está enamorado de ella y que no permitirá que algo así vuelva a repetirse. Lo dicho no basta. El distanciamiento entre ambos ya es un hecho: ella lo admite con tristeza, reconociendo que llevan tiempo viviendo como si estuvieran en mundos paralelos. “Y si lo nuestro se ha acabado —añade con la voz rota— estas cosas me recuerdan lo frágiles que son las relaciones si no se cuidan cada día.”
Las lágrimas asoman, pero aún queda un resquicio de esperanza. La amiga le asegura que lograrán superarlo, que esa grieta puede repararse si ambos ponen de su parte. Que la transparencia, aunque dolorosa, puede ser la base de una nueva etapa. Pero la herida aún sangra, y la herida más grande no es el beso en sí, sino la sensación de que la relación ha perdido solidez, de que el amor ya no se alimenta con la misma intensidad que antes.
Cuando más vulnerable está, la escena se interrumpe con la llegada de Chelo. Su entrada marca un giro abrupto: los pensamientos atormentados se esconden bajo una máscara de normalidad. “Adelante, Chelo. Buenos días, siéntate, por favor. Dinos.” La conversación íntima queda suspendida, pero no resuelta. Las palabras quedan flotando en el aire como un secreto a medio confesar, como una herida cubierta de improviso pero no curada.

En este punto, el conflicto se hace evidente: no es solo un beso aislado, sino lo que simboliza. Una traición, aunque mínima, puede despertar inseguridades que estaban latentes y revelar carencias en la relación. El hecho de que Luis lo haya confesado podría verse como un gesto de honestidad, pero a ojos de su pareja es un recordatorio cruel de que algo falta entre ellos, de que la complicidad que antes compartían se ha debilitado y de que ahora hay otra mujer que llena espacios que ella ya no ocupa.
El drama se instala en el corazón de la protagonista: luchar por salvar lo que aún queda o aceptar que el amor se ha transformado en distancia. Luis asegura que está enamorado, pero ¿basta con las palabras cuando la desconfianza ya ha echado raíces? Cristina se convierte en el espejo de todo lo que teme: la juventud, la frescura, la complicidad que fluye sin esfuerzo.
La historia avanza como un pulso entre la razón y el corazón: entre la necesidad de creer en las promesas y la certeza de que algo se ha roto. Ella duda, siente miedo, pero también anhela recuperar la seguridad que tuvo alguna vez. La llegada de Chelo no soluciona nada, solo pospone una decisión que tarde o temprano deberá tomar.
Porque en el fondo lo sabe: las relaciones no se rompen solo por un beso, sino por lo que ese beso revela de lo que falta, de lo que ya no está. Y esa es la verdadera amenaza: la fragilidad del amor cuando deja de cuidarse día a día.