LA PROMESA: Un detalle oculto en la carta de Catalina desenmascara a Leocadia y la mete en la cárcel
en la carta que Catalina habrá enviado a su familia será el responsable de desenmascarar toda la farsa y las mentiras de Leocadia, llevándola a la cárcel y demostrando que fue la culpable de la salida repentina de Catalina al haberse aliado a espaldas de todos con el varón de Valladares.
La tensión se palpa en cada rincón de La Promesa, y todo comenzará con Adriano, quien, en la quietud de su habitación, se encontrará solo frente a la carta de Catalina. El papel, arrugado y marcado por la ansiedad de sus manos, no solo contiene palabras, sino un peso oculto que él aún no logra descifrar. Mientras recorre con la mirada cada línea, una sensación de inquietud lo invade. “Esto no está bien”, murmura, percibiendo algo extraño en la caligrafía. No es el trazo delicado y lleno de vida de Catalina; es rígido, tembloroso, como si alguien hubiera intentado imitarla sin éxito. Su corazón late con fuerza mientras la duda se instala en su pecho.
Martina, que pasa por el pasillo, escucha el ruido de la silla y llama a la puerta. Adriano, con un suspiro, le permite entrar: “Tal vez puedas ayudarme a entender esto”. La joven, viendo su rostro alterado, toma la carta y la lee con cuidado, ajustando la luz del quinqué. Al finalizar, levanta la vista y confirma lo que Adriano temía: la letra no es la de Catalina. No solo el trazo, sino el tono de las palabras revela frialdad y una supuesta coacción. Catalina no podría haber escrito así por voluntad propia. Adriano se sienta, apoyando los codos sobre la mesa, asimilando la idea de que algo grave amenaza a la joven. Martina lo observa, preocupada, mientras él articula con firmeza: “Si está obligada a escribir así, es porque no puede hacerlo de otra forma. Debo descubrir quién envió realmente esta carta”.

Mientras Adriano afina su plan de acción, Leocadia, en otra parte del palacio, cierra la puerta de su cuarto con un clic cargado de significado. Sobre la mesa, un pequeño montón de papeles incluye la verdadera carta de Catalina. Sus dedos recorren el sobre con una mezcla de triunfo y calculada frialdad. Por un instante, una fugaz chispa de remordimiento cruza su rostro, pero rápidamente la sustituye una sonrisa cansada. Con calma, rasga la solapa del sobre y saca la hoja, observando atentamente la escritura. Sus ojos siguen cada línea que Adriano ha leído noches enteras, y su mente reconoce el poder que contiene ese mensaje: no es solo información, es un arma capaz de desbaratar sus planes.
Con determinación, Leocadia decide destruir la evidencia. La llama de una cerilla ilumina su rostro mientras el fuego consume la carta, torciendo las palabras y llenando la habitación con el olor a papel quemado. Solo se detiene un instante, asegurándose de que no quede rastro, antes de dejar que las cenizas caigan en un pequeño cubo de metal. Su gesto es frío y calculado: borrar este rastro vale más que revelar el secreto. Una vez consumada la acción, reorganiza los papeles restantes, alisa su chal y adopta nuevamente la pose de control que caracteriza a la mujer que todo lo maneja. Su plan continúa intacto, y Adriano aún no sabe que ha sido manipulado desde el inicio.
Los días siguientes, Adriano no puede apartar la carta de su mente. Cada noche duerme inquieto, cada momento de vigilia lo hace recordar la caligrafía falsa y la urgencia de Leocadia por borrar pruebas. Cuando cruza el pasillo del palacio al día siguiente, escucha voces y el sonido de un teléfono de disco en la habitación de Leocadia. Oculto tras la puerta entreabierta, percibe cómo ella coordina secretamente con el varón de Valladares, asegurándose de que todo se mantenga bajo control. La confirmación de que Catalina podría estar en manos del poderoso varón lo llena de furia y desesperación.
Esa misma noche, durante la cena del compromiso de Ángela y Lorenzo, Adriano toma una decisión. Mientras las velas iluminan el salón, los invitados aparentan calma, pero la tensión se percibe en el aire. Alonso preside la mesa con semblante sereno; Leocadia conversa elegantemente con los presentes, ocultando su desesperación; Ángela y Lorenzo intentan mostrar alegría, y Manuel y Martina intercambian miradas de preocupación. Cuando Alonso levanta la copa para el brindis, la puerta se abre de golpe y Adriano irrumpe, jadeante y con la mirada encendida.
Con voz firme, anuncia: “Quizás deban saber qué están celebrando realmente”. El murmullo recorre la sala y Alonso se levanta, sorprendido. Adriano continúa, revelando que la carta de Catalina es falsa y que Leocadia fue quien la manipuló para ocultar la verdad. Las acusaciones de Adriano incluyen la conspiración con el varón de Valladares y el intento de ocultar a Catalina, lo que deja a todos en un silencio absoluto. Ángela, temblorosa, observa a su madre, que intenta disimular su desesperación. Sin embargo, Alonso exige respuestas claras, y Leocadia finalmente confiesa: destruyó la carta original y escribió otra más tranquila, asegurando que Catalina no estaba en peligro, sino que solo intentaba evitar preocupaciones innecesarias.

El salón queda atónito. La revelación