LA PROMESA….LOPE EN GUERRA POR EL AMOR DE VERA!
¿Qué sentirías si la persona que amas desapareciera de repente, dejando tras de sí un vacío y un presentimiento que hiela la sangre? Este 13 de octubre, en los próximos capítulos de La Promesa, los muros del palacio se estremecerán con secretos peligrosos, chantajes y decisiones que podrían romper corazones para siempre. Lóe y Teresa se enfrentan a una verdad escalofriante sobre Vera, mientras Pía lucha con un dilema que pondrá a prueba su corazón y su sentido del deber. En medio de todo esto, Enora emerge como un enigma inquietante, cuya misteriosa llamada telefónica despierta más interrogantes que certezas, revelando un lado oscuro que nadie había sospechado hasta ahora.
El silencio se apoderó del ambiente cuando, al otro lado del teléfono, una voz masculina respondió con cautela y firmeza. Era Federico, el hombre que Lóe y Teresa habían buscado incansablemente durante horas de incertidumbre. “Federico, soy López, amigo de Vera de la promesa”, empezó López, con la voz temblorosa y cargada de urgencia. La noticia que traía era aterradora: Vera había desaparecido desde la noche anterior, y nadie sabía dónde podría estar.
Al otro lado de la línea, Federico exhaló con fuerza antes de preguntar, con la voz llena de incredulidad y preocupación: “¿Desaparecida? ¿Cómo es posible?” La angustia de Federico resonaba en paralelo con los temores que atenazaban a López y Teresa. Con un hilo de voz, López confió que sospechaban, casi con certeza, que el Duque de Carril podría estar involucrado. La tensión se cortaba en el aire; la impotencia de no poder actuar convertía a los amigos de Vera en meros espectadores de una tragedia que avanzaba implacable.

Federico, con un tono seco y urgente, les ordenó: “No hagan nada. No llamen a la Guardia Civil, no se muevan. Si el duque está involucrado, cualquier acción precipitada podría ser fatal para ella. Déjenlo en mis manos. Haré las llamadas necesarias, pero aléjense de esto.” Sus palabras, lejos de tranquilizar, intensificaron el miedo de López y Teresa. Era evidente que Vera no había huido por voluntad propia; había sido arrancada de sus vidas y colocada bajo el control de alguien de quien había intentado escapar desesperadamente.
Mientras la preocupación por Vera consumía a todos, otra noticia sacudió la promesa. Pía Adarre, la fiel ama de llaves, recibió una carta sellada desde tierras lejanas. Reconoció al instante la caligrafía de su padre, Ricardo, quien había reaparecido en su vida solo para desaparecer nuevamente, dejándola con el corazón roto. Con las manos temblorosas, Pía abrió el sobre y leyó palabras llenas de emoción y deseo de reencontrarse. Ricardo hablaba de un lugar donde podrían recomenzar, lejos de las sombras del pasado, invitándola a vivir una vida nueva junto a él, sin renunciar a Dieguito, su amado hijo. La carta no era solo una invitación: era un llamado directo a escuchar a su corazón y decidir entre la seguridad del deber y la promesa de una felicidad que podría perder para siempre.
Pía contemplaba la escena en el patio, donde los hijos del personal jugaban, imaginando el futuro de Dieguito. La vida que podría ofrecerle Ricardo parecía tan distinta y llena de oportunidades, pero también plagada de riesgos. Sus dudas no pasaron desapercibidas para Santos, el astuto lacayo del palacio, quien, con una mezcla de curiosidad y malicia, la confrontó sobre su conflicto interno. “Señora Pía, parece un alma en pena”, comentó con fingida preocupación, sugiriendo que las decisiones del corazón son las más difíciles, y que ella debía decidir por sí misma si seguir la razón o el amor. Las palabras, aunque probablemente con segundas intenciones, resonaron profundamente en Pía, transformando la carta en un ultimátum emocional que la obligaba a actuar.
Mientras Pía se debatía entre el amor y la responsabilidad, Lorenzo no podía ocultar su impaciencia. El capitán, acostumbrado a salirse con la suya, no soportaba retrasos ni excusas. Su plan de casarse con Ángela para acceder a su fortuna se había prolongado demasiado, y ahora tenía un nuevo arma: el sufrimiento de Petra. Lorenzo, astuto y despiadado, utilizó la enfermedad de Petra como instrumento de chantaje para forzar a Ángela a acceder a sus demandas matrimoniales. En la biblioteca, confrontó a Leocadia con una mezcla de amenaza y falsa cordialidad, exigiendo que Ángela fijara la fecha de la boda de inmediato bajo la condición de que él proporcionaría el suero que salvaría a Petra.
Leocadia, atrapada entre la ética y la desesperación de Ángela, comprendió que la decisión recaía sobre su amiga. Lorenzo no tenía intención de ceder; su ultimátum era claro y brutal: o la boda se celebraba en primavera, o Petra no viviría para ver el invierno. Con su salida, dejó a Leocadia temblando de rabia e impotencia. La vida de Petra estaba literalmente en manos de Ángela, y el sacrificio exigido era su propia libertad. Cada acción y decisión se convirtió en un juego de po