‘La Promesa’, avance del capítulo 679: Catalina huye y Lorenzo chantajea a Leocadia
Catalina huye y Lorenzo chantajea a Leocadia
En el capítulo 679 de La Promesa (viernes, 19 de septiembre), los muros del palacio volvieron a sentir la presión de los secretos y las intrigas que acechan tras cada puerta. Catalina, atrapada entre el escándalo que amenazaba con devorar su reputación y el miedo constante por la seguridad de sus hijos, tomó la decisión más dolorosa: abandonar La Promesa, dejando atrás no solo un hogar, sino también una parte de su corazón. La noticia llegó como un rayo silencioso que atravesó los pasillos de la casa, dejando a todos los presentes en un estado de conmoción y desolación.
Mientras tanto, Manuel se enfrentaba a una revelación que lo dejó sin aliento: la verdadera historia de Enora, cuya lealtad y motivos eran mucho más complejos y peligrosos de lo que él había imaginado. Sin embargo, el verdadero peligro se estaba gestando en las sombras: Leocadia sorprendió a Curro y Ángela en un encuentro secreto, y Lorenzo, con su astucia despiadada, vio en ese amor prohibido una oportunidad para manipular y chantajear a quien menos esperaba: su propia madre. La tensión era palpable, y la pregunta que pendía en el aire era inevitable: ¿quién podría detener al barón antes de que su plan arrasara con todo?
El amanecer del 19 de septiembre no trajo la calma habitual. El aire del palacio estaba cargado, pesado con palabras no pronunciadas y secretos que amenazaban con resquebrajar incluso los cimientos más firmes. En las habitaciones superiores, el silencio se percibía como un espectro que observaba, implacable, mientras en la planta baja, la rutina del personal se reemplazaba por un sigilo cargado de presagio. La Promesa había soportado duelos, traiciones y escándalos; pero lo que se avecinaba no era un ataque directo, sino una implosión, un colapso interno alimentado por el miedo, la ambición y el amor prohibido que crecía en los rincones más ocultos de la casa.
En la habitación de Pía, la mañana se sentía como un juicio. El baúl abierto frente a ella contenía la ropa de su hijo Diego, cada prenda un recordatorio de la felicidad que se le escapaba. La orden de traslado a Aranjuez había llegado como un golpe seco: debía ir sola. Sus lágrimas eran contenidas, pero su desesperación era evidente. Ricardo, Lope y Candela, testigos de su tormento, ofrecieron su apoyo incondicional, aunque sabían que nada podría cambiar la cruel decisión que venía de la más alta autoridad: el propio Duque de los Infantes. Pía, con un nudo en la garganta, aceptó el castigo como un sacrificio necesario para la seguridad de Diego, dejando que otros cuidaran de él mientras ella se alejaba de su hogar y de lo que más amaba.
En el despacho de Manuel, la intriga se movía con otra intensidad. Observando los movimientos de Cristóbal Ballesteros y la enigmática Enora, Manuel comprendió que la traición podía estar más cerca de lo que esperaba. Planeó una trampa sutil para descubrir las verdaderas intenciones de Enora, dejando sobre su mesa planos falsos de un proyecto de avión. Sin embargo, su plan fracasó: Enora, lejos de actuar como una espía, reveló que había sido obligada por su padrastro, el temido barón de Valladares, a seducirlo y acercarse a la familia Luján. La confesión dejó a Manuel atónito; lo que parecía un acto de traición era en realidad un grito de supervivencia de una joven atrapada en las garras de un hombre cruel.
Mientras la biblioteca se llenaba de revelaciones, en el salón Catalina enfrentaba otra clase de conflicto. Su prima Martina, convencida de luchar por los derechos de los trabajadores, recibía un reproche afilado: Catalina veía detrás de la noble causa la manipulación de Jacobo, un interés personal que ponía en riesgo a la familia. La desesperación de Catalina era tangible: su lucha no era política, era por proteger a sus hijos, y la amenaza que pendía sobre ellos requería decisiones extremas. Con determinación, decidió abandonar el palacio y proteger a sus pequeños, enfrentándose al dolor de dejar atrás su hogar y su posición.
La tarde trajo un nuevo giro cuando un mensajero real entregó una carta con el sello de Su Majestad el Rey, dirigida a Catalina. La misiva, cortés pero implacable, dictaba medidas para silenciar rumores y restaurar el decoro, señalando la vergüenza que la presencia de Catalina había causado en la corte. Ante la gravedad de la situación, Catalina no vaciló: partió hacia la casa de campo del norte con sus hijos, llevando consigo la carga de la humillación y la determinación de protegerlos. Los abrazos y las despedidas fueron silenciosos, pero cargados de la certeza de que nada volvería a ser igual en La Promesa.
En los pasillos del ala de servicio, el amor clandestino de Curro y Ángela florecía, uniendo deseo y peligro en cada encuentro secreto. Esa noche, Ángela, desafiando la norma, buscó a Curro y se entregaron a un beso lleno de pasión y desesperación. Pero el destino intervino: Leocadia los vio y comprendió que la relación de su hija podía destruir no solo la boda con el Duque de Carvajal y Cifuentes, sino a toda la familia. Con frialdad calculadora, decidió actuar estratégicamente, conscientes de que cualquier reacción impulsiva podría agravar la situación.

Lorenzo, al enterarse del romance, no dudó en convertirlo en un instrumento de poder. Chantajeó a Leocadia, advirtiéndole que si no controlaba a su hija y aseguraba la boda, él revelaría los encuentros prohibidos al Duque, destruyendo la reputación de toda la familia. La amenaza era clara: la seguridad de Ángela y el futuro de Leocadia dependían de su obediencia. Con cada palabra, Lorenzo consolidaba su dominio, transformando un secreto familiar en un arma de control y manipulación.
Mientras tanto, en la cocina, los dramas más pequeños también dejaban cicatrices. Lope y Vera enfrentaban la distancia creada por la desconfianza y los secretos; sus intentos de reconciliación eran fútiles, mostrando cómo incluso los afectos más sinceros podían quebrarse bajo la tensión y el dolor.
Finalmente, en un contraste irónico, la cocina se llenó de rumores inocentes sobre un posible matrimonio entre Toño y Enora, completamente ajenos a la verdadera situación de la joven y al oscuro entramado que se tejía en La Promesa. La partida de Catalina y el chantaje de Lorenzo dejaron una marca indeleble: la casa estaba fracturada, los secretos habían emergido y la vida de sus habitantes cambiaría para siempre. Cada rincón del palacio, cada alma, quedaba atrapada entre la traición, el amor prohibido y la lucha por la supervivencia, recordando que en La Promesa nada volvería a ser igual.