La Promesa: Ángela y Curro: la rebelión contra Leocadia
Ángela y Curro: la rebelión contra Leocadia. El fuego oculto en una carta perdida desata una tormenta en La Promesa
En La Promesa, los hilos del destino se tensan hasta romperse. Leocadia, con su ambición implacable, trama un plan destinado a separar a Ángela de Curro y garantizar un matrimonio con Beltrán, el joven de linaje impecable que cumple con todos los requisitos de su maquiavélico diseño. Sin embargo, la verdad, silenciosa y persistente, comienza a filtrarse desde las sombras. Una carta misteriosa de Catalina, un sabotaje industrial, amores prohibidos y venganzas disfrazadas de protección se entrelazan en un juego mortal de poder y manipulación, amenazando con desbaratar todos los planes cuidadosamente urdidos por la matriarca.
Ángela empieza a percibir la magnitud de las amenazas que su madre ha tejido a su alrededor, mientras Curro, empujado por la conciencia y la lealtad, se atreve a romper el silencio impuesto por el miedo. La mansión entera parece estremecerse con la fuerza de verdades que ya no pueden permanecer ocultas, y en el corazón de la noche, entre secretos y traiciones, se enciende la guerra final: la del amor auténtico contra la ambición desenfrenada. ¿Será capaz la promesa de dos corazones de resistir la oscuridad de La Promesa?
El papel permanecía escondido en un cajón cerrado con llave, un simple trozo de papel que, sin embargo, quemaba más que el fuego. No era llamas reales las que recorrían el cuerpo de Leocadia, sino un frío mortal que se infiltraba en sus venas cada vez que pensaba en él: la carta de Catalina. Había llegado como un fantasma, sin remitente, sin sello, como un susurro del pasado convertido en amenaza tangible. El pánico, oculto tras la fachada de indiferencia y un leve fastidio ante el melodrama de Adriano, rugía en su interior, recordándole que su control absoluto comenzaba a resquebrajarse.

Su plan dependía de mantener a Ángela bajo su influencia, moldeándola con un afecto calculado, y de mantener a Curro como un peón ciego en el tablero de su ambición. Pero esa carta representaba una brecha: la prueba de que la verdad podía filtrarse y destruir todo lo que había construido. Mientras tanto, en otro ala de la mansión, Adriano sostenía la carta con manos temblorosas, sintiendo que la esperanza de que Catalina estuviera viva se transformaba en ansiedad. Las palabras eran extrañas, como un eco lejano de alguien que ya no era la misma, y el nombre de quien manipulaba aquella sombra resonaba con fuerza: Leocadia.
Adriano, con el corazón pesado de inquietud, buscó en Martina una aliada. Juntos comprendieron que la carta no era más que el inicio de un juego más peligroso. Leocadia había iniciado la siguiente fase de su plan, centrada en Curro, cuya devoción por Ángela era un obstáculo para los designios de la madre. Encontraron a Curro en los establos, concentrado en su caballo, ajeno a que cada palabra de Leocadia era una daga directa a su corazón.
—Curro, necesitamos hablar —dijo Leocadia con voz melosa, bloqueando su salida.
—¿Sobre qué, señora? —respondió él, tenso.
—Sobre Ángela… y su futuro. Beltrán es un joven de familia honorable, alguien que puede darle estabilidad y posición. Tú… eres un buen chico, pero solo el capataz. Ángela merece más de lo que tú puedes ofrecerle.
El dolor atravesó a Curro como un cuchillo. Las dudas que él mismo había sostenido en noches de insomnio se materializaban en palabras que debía escuchar de boca de su opresora. Incapaz de empujar a Ángela hacia otro hombre, su corazón se llenó de desesperación, y en lugar de rebelarse, se sumió en un silencio tortuoso, cumpliendo así la voluntad de Leocadia, pero destruyendo la relación que más amaba.
Mientras tanto, Adriano y Martina consolidaban su estrategia para descubrir la verdad sobre Catalina. La carta original debía llegar a Ricardo Fábregas, un abogado con habilidad y discreción, capaz de desentrañar la intriga de Leocadia. La alianza era frágil, vulnerable a los soplos de traición, pero era la única esperanza de rescatar a Catalina y exponer la red de mentiras que se extendía por La Promesa.
En otro frente, Manuel y Toño descubrieron el sabotaje en su taller. La pieza que habían esperado durante semanas había llegado antes de lo previsto, y la factura revelaba mentiras deliberadas. La responsable, Enora, confesó entre lágrimas que Don Lorenzo la había forzado a actuar, conectando los pequeños engranajes de su taller con las intrigas mucho más peligrosas de la mansión principal. Lorenzo, acorralado por la verdad, vio su mundo derrumbarse: su posición, sus alianzas y su futuro pendían de un hilo.