LA PROMESA…ÁNGELA ENFRENTA A LA MADRE Y SU PASADO!

**El aire en la habitación estaba denso, cargado de secretos y silencios que pesaban más que cualquier palabra. Ángela permanecía inmóvil, bajo la mirada implacable de su madre, Leocadia, quien no observaba con el amor que dicta la sangre, sino con la fría estrategia de una comandante calculando cada movimiento en su tablero invisible. La reputación, la perfección social, era la prioridad absoluta. “No necesitas amarlo”, dijo con voz cortante, como cristal quebrado. “Solo protege tu nombre”. Cada sílaba era un martillo, un clavo en el ataúd emocional de Ángela.**

Curro, escondido en la penumbra del pasillo, sintió la furia subirle como lava. La crueldad de Leocadia lo había marcado, y no podía quedarse de brazos cruzados. Entró en la habitación, con los puños tensos y los ojos encendidos. “Esto es una locura”, exclamó, rompiendo el silencio que se había instalado como un yugo. Frente a Leocadia, desafiante, sentía la responsabilidad de detener la injusticia: “Señora, no puede sacrificar a Ángela en nombre de su reputación”. La mujer giró lentamente, sus ojos eran hielo puro, llenos de desprecio. “No te metas, Curro. Esto es asunto de familia”. “Formo parte de esta familia, y no permitiré que le hagan daño”, replicó él, su voz temblando de ira contenida pero firme. Una chispa de rebelión nació en él.

Leocadia esbozó una sonrisa cruel y afilada: “No tienes el poder de impedirlo”. Pero Curro no se dio por vencido; si el poder le era negado, buscaría la verdad, porque la verdad, a veces, es el arma más letal. Así comenzó su cruzada silenciosa, recorriendo caminos de barro y viento, siguiendo pistas junto al río donde el caballo de Beltrán había sido hallado abandonado. Interrogó a campesinos y escuchó rumores de sombras a caballo, figuras encapuchadas que acechaban a Beltrán la mañana de su desaparición. Poco a poco, las piezas comenzaron a encajar: Lorenzo estaba implicado, siempre él.

La Promesa', avance de hoy, martes 25 de febrero: Cruz se enfrenta a Ángela  y le deja las cosas claras | Series

Sin embargo, un recuerdo fragmentado lo atormentaba. Una conversación que escuchó meses atrás entre Leocadia y Lorenzo, aún viva en su memoria, le sugería que había algo más. La clave estaba en la fortaleza de su enemiga, en la vieja habitación de Leocadia. Una tarde, mientras la lluvia golpeaba los cristales, Curro se deslizó por los pasillos, sigiloso, evitando ser visto. Dentro de la habitación, entre baúles y armarios cargados de secretos, descubrió una caja de madera con un revólver en su interior, envuelto en un pañuelo manchado. Era el arma que había herido a Han, la prueba de un crimen cuidadosamente oculto.

Regresó a su habitación, el corazón martillando con fuerza. El arma y la verdad estaban bajo su colchón, un secreto pesado como el acero y la pólvora. Al día siguiente, pálido y con los ojos cargados de desvelo, se encontró con Pía en el pasillo y le reveló la terrible noticia: el arma había estado oculta entre los objetos personales de Leocadia. Pía reaccionó con horror, comprendiendo que todo lo que había pensado sobre Cruz y la desaparición de Beltrán era una mentira elaborada por los verdaderos culpables: Leocadia y Lorenzo.

Mientras la verdad se fermentaba en la sombra, la farsa continuaba en la luz del salón principal. Leocadia preparaba la boda con precisión fría, flores blancas y sirvientes obedientes, mientras Lorenzo, arrogante, retomaba su papel de prometido victorioso. Ángela, rota por dentro, observaba la puesta en escena de su madre como un fantasma. “Será un evento sencillo, pero suficiente para mostrar que los Luján saben recuperarse”, decía Leocadia, y Lorenzo asentía, ciego ante la devastación que había causado.

Pero Curro, impulsado por un presentimiento urgente, regresó a la habitación de Leocadia la víspera de la ceremonia. Esta vez su búsqueda lo llevó a un sobre oculto bajo la alfombra: una carta escrita por Leocadia dirigida a Lorenzo, confesando la autoría del disparo a Han y la manipulación de Cruz para encubrir el crimen. La verdad, monstruosa y terrible, se desplegó ante él.

El alba encontró a Curro decidido: debía contarle todo a Ángela. La boda se acercaba, el tiempo era enemigo, y cada tic del reloj parecía acortar la vida de la joven tal como la conocía. Tocó suavemente la puerta de Ángela, y ella, con el rostro hinchado por el llanto, lo miró sorprendida. “Ángela, debemos hablar. Es urgente”. Con voz temblorosa, le reveló la carta y el arma, explicándole cómo su madre y Lorenzo habían urdido la desaparición de Beltrán y el atentado contra Han. Las lágrimas de Ángela fluyeron, pero no eran solo dolor, sino un despertar de fuerza interior.

“No, no puede ser”, murmuró. “Sí lo es”, confirmó Curro. Sin embargo, Ángela encontró una determinación inesperada. Secó sus lágrimas, y con voz firme dijo: “No ocurrirá. Yo misma pondré fin a esto. Cuando todos crean que han ganado, revelaré la verdad”. La joven había renacido de sus propias cenizas, dispuesta a enfrentar la farsa que su madre había tejido.