DON PEDRO PIERDE EL PODER Y QUEDA AL BORDE DEL ABISMO EN SUEÑOS DE LIBERTAD

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Este esperado capítulo nos adentra en una trama cargada de tensión, secretos y decisiones que marcarán un antes y un después en la vida de todos los personajes. Don Pedro, debilitado y consciente de que su tiempo se acorta, intenta mover sus últimas fichas, convencido de que aún puede controlar a quienes lo rodean. Sin embargo, no imagina que Digna, con la determinación de una mujer que ya no teme a nada, está dispuesta a ponerle fin a esa relación envenenada. La gran pregunta que flota en el aire es si Pedro permitirá que ella se marche en libertad o si recurrirá a sus recursos más oscuros para retenerla.

La historia arranca en la residencia de los de la Reina, donde Gabriel, cada vez más inquieto y desconfiado, observa cada rincón de la casa como si estuviera frente a un tablero lleno de piezas ocultas. Su objetivo es claro: descubrir los secretos que la familia guarda bajo llave. Con un aire calculador se aproxima a Manuela, fingiendo un interés casual. Le sonríe y le dice que, a pesar de llevar tiempo viviendo bajo el mismo techo, apenas sabe nada de ella. Manuela, sorprendida, responde con humildad que su vida no tiene nada extraordinario.

Gabriel no se rinde y, con falsa curiosidad, le pregunta cómo llegó a trabajar allí. Ella suspira, recordando que vino a la casa por su sobrina Claudia, justo después de que esta quedara viuda de Mateo. El nombre de Mateo provoca en Gabriel un visible estremecimiento. Con voz más baja, repite: “Mateo… el hijo de don Pedro, ¿verdad? Una desgracia inmensa.” Manuela asiente, confirmando que era un joven lleno de vida que partió demasiado pronto. Gabriel, con los ojos brillando entre interés y malicia, indaga un poco más sobre su relación con Pedro. Manuela, sincera, responde que no tiene trato cercano, aunque le agradece el buen comportamiento que ha tenido con Claudia.

Don Pedro se siente traicionado por su hermana Irene y se lo echa en cara:  “Tú ayudaste a liberar a ese asesino”

La conversación concluye con Gabriel mostrándose cordial, aunque detrás de esa sonrisa amable se esconde la tormenta de sus sospechas. En cuanto queda solo, su rostro cambia, dejando ver la ansiedad de quien busca desesperadamente pruebas para confirmar sus teorías. Sabe que Pedro guarda un as bajo la manga, una jugada que podría asegurar su legado, y decide adelantarse. Con paso firme y cauteloso, se dirige a la habitación de Damián. Allí espera encontrar respuestas, cartas, documentos o cualquier indicio que desenmascare los secretos de la familia. El silencio que reina en la casa intensifica cada uno de sus movimientos, como si el destino de todos pendiera de esa investigación clandestina.

En paralelo, en la casa de don Pedro, el ambiente es solemne. Sentado frente al notario, el anciano sostiene la pluma con manos temblorosas y firma las últimas modificaciones de su testamento. Ese acto, aunque burocrático, lo deja exhausto, como si hubiera entregado parte de su fuerza vital. Con un hilo de voz agradece al notario y le pide que la lectura del documento sea inmediata tras su muerte. El hombre asiente, guarda las escrituras y se despide. Justo en ese momento aparece Digna, cuya sola presencia altera la calma de la estancia.

Pedro la observa con una mezcla de afecto y miedo. Le confiesa que ha hecho ajustes en sus últimas voluntades, pero antes de que pueda continuar, Digna lo interrumpe con frialdad: “Te dejo, Pedro.” El impacto en el rostro del anciano es inmediato, no puede creer lo que escucha. Ella no vacila y, mirándolo a los ojos, le revela que le ha contado toda la verdad a Damián: que fue responsable de la muerte de su hijo y que Pedro la ayudó a encubrirlo.

El viejo se queda sin aliento, como si esas palabras le hubieran atravesado el corazón. Desesperado, le advierte que con esa confesión los ha condenado a ambos. Pero Digna, con firmeza, replica que cualquier condena es más llevadera que seguir viviendo a su lado. Pedro, entrecortado por la angustia, le recuerda que podría acabar en prisión de por vida. Ella, sin ceder un ápice, le responde que ahora es él quien deberá cargar con el peso de sus actos. Luego anuncia que irá a recoger sus cosas y lo deja hundido en la soledad de su despacho. Pedro, abatido y con la respiración entrecortada, llama con urgencia a su enfermera para que avise a la doctora. Su cuerpo refleja dolor, pero su rostro revela sobre todo el peso insoportable de sus secretos.

Mientras tanto, Gabriel ha logrado colarse en la habitación de Damián. Sus manos temblorosas abren un cajón y encuentra una caja repleta de cartas antiguas. Con el corazón acelerado, empieza a leer. La primera carta muestra a un Bernardo agradecido por los cuidados hacia sus padres, reconociendo a Damián como el más responsable de los hermanos. Aun así, confiesa que sus intentos de salir adelante en México han fracasado y suplica ayuda.

Conmovido y nervioso, Gabriel pasa a la segunda carta. En ella, su padre relata que la situación es insostenible, que ha debido recurrir a prestamistas peligrosos y que los intereses lo ahogan. Implora otra vez el apoyo de su hermano, al menos por el bienestar de su familia. La voz interior de Gabriel se quiebra al leer estas súplicas desesperadas.

Finalmente, abre la última carta. Y esta lo destroza por completo. Bernardo, lleno de rencor, reniega de su hermano, lo acusa de darle la espalda en el peor momento y lo maldice con la soledad eterna. Lo responsabiliza incluso de la enfermedad y muerte de su esposa, asegurando que su indiferencia arruinó sus vidas. Cada palabra se clava en el alma de Gabriel como un cuchillo. Al terminar, rompe en llanto. Descubre que su padre murió consumido por la desesperación y que la indiferencia de Damián lo condenó.

Damián se enfrenta a don Pedro tras su nombramiento como director: “Este  despacho se lo habéis arrebatado a mi familia”

Las cartas revelan un pasado oscuro que cambia la percepción de Gabriel sobre su familia. Comprende que detrás de la aparente solidez de los de la Reina se oculta una cadena de traiciones y rencores. Y ahora, con esas pruebas en sus manos, tendrá que decidir cómo utilizarlas: ¿para enfrentarse a Damián, para negociar con Pedro o para vengar la memoria de su padre?

El capítulo concluye con varios frentes abiertos. Pedro lucha contra la debilidad de su cuerpo y la certeza de que Digna lo ha traicionado irremediablemente. Digna, fortalecida por su decisión, se prepara para dejar atrás un pasado de opresión. Gabriel, con las cartas de su padre, se enfrenta al dilema de qué hacer con la verdad recién descubierta. Y en el horizonte se dibuja la incógnita de si Damián, al conocer la confesión de Digna y las súplicas ignoradas de su hermano, reaccionará con justicia, con venganza o con desesperación.

El destino de todos parece pender de un hilo, y lo que ocurra en los próximos episodios promete cambiar para siempre el rumbo de Sueños de Libertad.