Cruz arruina la boda de Jana | LA PROMESA PREVIA DEL 11 AL 13 DE SEPTIEMBRE
La decisión de Manuel de anunciar públicamente su boda con Hann en solo tres días
Un anuncio inesperado sacude los cimientos de La Promesa: Manuel, con voz firme y sin titubeos, proclama en el gran salón que en tres días se casará con Hann. Sus palabras caen como un rayo, un golpe seco que nadie estaba preparado para recibir. Para él y para Hann, la declaración es un canto de amor, una promesa irrenunciable de futuro. Pero para Cruz y Alonso, la noticia despierta más preocupación que alegría.
Alonso, aunque comparte las reservas de su esposa, se siente dividido. Como padre y como marqués, entiende la importancia de la reputación familiar, pero también comprende que su hijo tiene derecho a elegir a quién amar. Cruz, en cambio, no alberga dudas: para ella Hann seguirá siendo siempre una antigua doncella y aceptar que se convierta en su nuera significa mancillar el honor de los Luján. El tiempo apremia y la fecha está demasiado cerca, por lo que Cruz percibe que le queda una última oportunidad para sabotear la boda.
En ese contexto aparece Leocadia, recién llegada al palacio. De forma inesperada, ofrece su apoyo a Cruz. Las dos mujeres se encuentran a solas, evocando recuerdos de la juventud compartida. Cruz intenta mantener el control, incluso la halaga por su memoria, pero Leocadia la desarma con una frase cargada de amenaza: “Recuerdo lo bueno y lo malo. No he olvidado nada”. El rostro de Cruz se tensa de inmediato. Tras esa afirmación se esconde un aviso peligroso, un recordatorio de secretos enterrados que podrían salir a la luz.

Para disimular, la marquesa intenta mostrarse hospitalaria, preguntándole si la habitación le resulta cómoda. Pero Leocadia, con calma gélida, responde que no tiene prisa en marcharse; su deseo es permanecer mucho tiempo en La Promesa. Sus palabras clavan otra espina en Cruz, que percibe cómo su rival disfruta haciéndola sentir vulnerable. Y, para rematar, Leocadia comenta que ha conocido a Hann, la encuentra encantadora y felicita a Manuel por haber elegido una esposa tan bella. Luego, con aparente inocencia, pregunta por su origen.
Acorrala a Cruz, que improvisa una mentira: asegura que la familia de Hann proviene del norte de Castilla y que conoció a Manuel en uno de sus viajes en avión. Leocadia insiste: en una relación tan avanzada, ¿cómo es posible que no haya contacto con los padres de la muchacha? La marquesa inventa otra historia, alegando que Hann quedó huérfana y fue criada por una institutriz. Leocadia sonríe, consciente de que todo son mentiras.
La tensión se vuelve insoportable. Para romperla, Cruz propone un paseo por los jardines, pero Leocadia declina y se marcha sola, dejando tras de sí un rastro de inquietud que la marquesa no consigue ocultar.
Mientras tanto, Samuel lucha con sus propios sentimientos por María Fernández, pero como sacerdote decide mantenerse firme: no impedirá la boda y será él mismo quien oficie la ceremonia. Esta resolución complica los planes de Cruz, que junto a Petra busca nuevos caminos para impedir la unión.
Por su parte, Hann mantiene la serenidad. Con orgullo, anuncia la boda a sus amigos de la servidumbre, invitándolos a participar. La noticia despierta entusiasmo: verla pasar de doncella a futura señora del palacio es motivo de orgullo colectivo. María Fernández, emocionada, no puede contener las lágrimas ante la idea de estar presente en un día tan especial.
En paralelo, Curro logra hablar con Martina, que ha escapado de José Juan. Aunque la llamada está llena de interferencias, consigue transmitir lo esencial: la boda se acerca y ella debe estar allí. Martina duda, pero la insistencia de Curro le deja claro que su presencia es indispensable.
Leocadia, entretanto, se mueve con sigilo por el palacio. Sus pasos son los de una observadora fría, que registra cada detalle y busca piezas que encajen en su plan. Conversa con Catalina para sonsacarle información, pero su atención se centra en Hann y Curro. La historia de Hann la intriga: una doncella que ahora está a punto de convertirse en señora de La Promesa. Y Curro, vulnerable por su difícil relación con Lorenzo, se presenta como presa fácil. Leocadia empieza a acercarse a él, con el disfraz de amiga, mientras en realidad estudia sus debilidades.
En otro rincón del palacio, Ricardo revive viejas culpas tras leer una carta de su difunta esposa. Los recuerdos lo desestabilizan, lo vuelven incapaz de cumplir sus tareas. Petra, siempre vigilante, lo reprende con dureza, exigiéndole disciplina en los preparativos. Sus palabras, cargadas de frialdad, hunden más al hombre, que calla sin poder compartir su tormento con Santos. Rómulo, notando su angustia, decide intervenir con discreción para comprender lo que en realidad lo atormenta.
A pocos días de la ceremonia, Cruz no cesa en su oposición. Para ella, no se trata solo de un error sentimental, sino de una mancha imborrable para la familia. Alonso, sin embargo, ya ha comprendido que su hijo está profundamente enamorado y no desea interponerse. Ante el desinterés de su esposo en frenar la boda, Cruz recurre a una medida cruel: prohíbe la presencia de los criados en la ceremonia. Hann, que había invitado con ilusión a quienes la acompañaron en sus peores momentos, se lleva una gran desilusión. Los sirvientes también sufren, aunque aceptan con dignidad la imposición. Petra respalda la decisión de la marquesa con dureza, recordando a todos que son simples empleados.
Manuel estalla. Defiende a Hann y acusa a su madre de perpetuar divisiones de clase obsoletas. Alonso intenta mediar, pero la tensión se multiplica. El ambiente se enrarece y todos se preguntan si la boda podrá celebrarse sin nuevos conflictos.

En medio de este torbellino, Leocadia observa con ojos de halcón. Sabe que Cruz ha mentido sobre Hann y decide confrontar directamente a la joven. Le pregunta sin rodeos si es cierto lo que se dice de su pasado. Hann vacila. No sabe si confiar en ella, temer que sea aliada de Cruz o verla como una posible confidente. El dilema la consume, mientras Leocadia suaviza su tono y se muestra alentadora.
Paralelamente, Catalina, presionada y humillada, toma la decisión de marcharse a casa de su tía Clara para encontrar refugio lejos de las críticas. Manuel y Curro reflexionan con tristeza: su familia debería protegerlos, pero en realidad los empuja al sufrimiento.
En otro punto, Pia insiste a Ricardo en que revele la verdad a Santos sobre su madre. Sabe que ese secreto pesa demasiado y amenaza con destruir sus lazos. Petra, con veneno en cada palabra, siembra dudas en Pia, recordándole los errores pasados de Ricardo. Sin embargo, ella se mantiene firme a su lado. Finalmente, Ricardo toma valor: hablará con su hijo. Sabe que esa confesión será un antes y un después, un terremoto que cambiará los equilibrios de La Promesa para siempre.