Avance Sueños de Libertad, capítulo 421: El milagro de María
De la Reina se convierte en el epicentro de emociones encontradas, secretos revelados y estrategias ocultas. El aire de la casa, impregnado del aroma antiséptico que Damián arrastra del hospital, pesaba sobre todos como un manto de inquietud y cansancio. Cada paso del patriarca sobre el suelo brillante resonaba con la fatiga de días interminables, de noches sin descanso, pero también con el peso de decisiones que lo desgarraban por dentro.
Begoña, al cruzar el umbral del salón, se topa con un Damián distinto. Sus hombros, usualmente rectos y firmes, ahora se inclinan bajo la carga de la desesperanza. La barba de varios días acentúa su palidez y los ojos muestran un cansancio que no solo es físico, sino espiritual. Con voz temblorosa, la joven intenta indagar: “¿Cómo está? ¿Hay novedades?”. Damián, con un suspiro cargado de derrota, apenas logra responder que no hay cambios y que solo queda esperar. La tensión que emana del silencio del salón se percibe en cada esquina, recordando que la tragedia acecha sin aviso.
Sin embargo, un rayo de esperanza emerge. Damián, recuperando un hilo de fortaleza, comparte con Begoña una noticia que desafía la desesperanza: María empieza a recuperar la sensibilidad en las piernas. La información golpea a Begoña como un relámpago. La incredulidad y el asombro se mezclan con un miedo sutil: ¿realmente es un milagro o un acto calculado? La coincidencia resulta tan perfecta que despierta en ella un instinto que no puede ignorar. Mientras Damián se aferra a la posibilidad de un progreso real, Begoña percibe el peligro de la manipulación que María siempre ha ejercido sobre su esposo.

La mañana siguiente trae consigo el murmullo de los trabajadores. La noticia de la “recuperación” de María se filtra hasta la cantina, generando ansiedad entre los empleados. Perfumerías De la Reina, el motor de la colonia, se encuentra al borde de un colapso. Gaspar, observando la tensión que se extiende como fuego, le confiesa a Tasio sus temores: la producción está detenida, los pedidos cancelados y el miedo a despidos acecha a todos. Tasio, consciente de la magnitud del problema, trata de transmitir calma, asegurando que la fábrica no caerá, aunque por dentro comparte la angustia colectiva. La presión por mantener viva la empresa y proteger a cada familia comienza a aplastar incluso a los más fuertes.
En paralelo, Claudia enfrenta un dilema que pone a prueba su corazón y su sentido del deber. Sus planes de irse a Madrid con Raúl se ven ensombrecidos por la fragilidad de la colonia y la desesperación de sus amigos. La tragedia reciente en la fábrica le recuerda que no puede abandonar a quienes dependen de ella. Al encontrarse con Raúl, lleno de entusiasmo por su primera carrera profesional, Claudia le explica con voz temblorosa su decisión de posponer su viaje, priorizando la estabilidad de sus compañeros sobre sus propios deseos. Raúl, aunque decepcionado, comprende y acepta la decisión de su amada, sellando la promesa de reencontrarse tras la tempestad.
Mientras tanto, en el dispensario, Begoña enfrenta a Luz con la certeza que la consume: María nunca estuvo realmente paralizada. La conversación se torna tensa y cargada de acusaciones. Begoña, con la convicción de quien ha observado cada detalle durante meses, acusa a María de haber manipulado a Andrés, manteniéndolo atado emocionalmente mientras fingía debilidad. Luz, profesional y cautelosa, intenta matizar la situación, señalando que la recuperación podría ser real y que no hay pruebas concluyentes de engaño. Sin embargo, Begoña siente que está sola en su percepción y que la verdad necesita ser revelada, aunque esto implique enfrentarse a la astucia de una mujer manipuladora y peligrosa.
En la habitación del hospital, Tasio enfrenta la devastadora realidad: su hermano Andrés yace en coma, inmóvil entre tubos y máquinas que marcan su respiración y latido. La culpa lo consume; revive cada decisión que pudo haber cambiado el curso de la tragedia, recordando el accidente que costó la vida de Benítez y puso en peligro a tantos otros. Damián, al observar a su hijo quebrado, acude para ofrecer consuelo. En un abrazo silencioso, padre e hijo comparten dolor y reconocimiento, encontrando en ese momento un respiro de humanidad en medio del caos que los rodea.
La confrontación inevitable entre Begoña y María finalmente tiene lugar en la mansión. María, aparentemente vulnerable en su silla de ruedas, recibe a Begoña con su habitual teatralidad de víctima. Pero la mirada penetrante de Begoña no se deja engañar. Con voz firme y sin espacio para engaños, acusa a María de fingir su parálisis y de manipular a Andrés para mantenerlo a su lado. La tensión crece; María, alterada y dolida, defiende su postura con lágrimas, pero Begoña ve más allá de la máscara. En ese intercambio de voluntades, queda claro que la guerra entr