EL PLAN DE LEOCADIA : TODO CONTROLADO… HASTA QUE REGRESE LORENZO || CRÓNICAS de #LaPromesa #series
en una pesadilla para todos. Petra, tras días entre la vida y la muerte, abre los ojos… pero no regresa sola del umbral. Trae consigo un secreto enterrado durante décadas, una verdad tan perturbadora que amenaza con destruir para siempre la fachada impecable de Leocadia, la condesa que todos creían intocable.
Pía y María Fernández han pasado noches enteras velando su lecho, rezando sin descanso. Cuando los dedos de Petra se mueven y sus labios logran pronunciar un débil “Pía”, la emoción se apodera de todos. El doctor González confirma lo imposible: Petra está fuera de peligro. El alivio inunda la habitación, los criados celebran el milagro… pero algo en los ojos de la enferma hace que Pía sienta un escalofrío. Petra no sonríe, no se alegra. Su mirada está perdida en un abismo que solo ella puede ver.
En cuanto logran quedarse a solas, Petra la agarra con una fuerza desesperada y murmura: “Necesito hablar contigo. A solas.” Así comienza una confesión que cambiará todo. Entre lágrimas y temblores, Petra revela que conoció a Leocadia mucho antes de que llegara al palacio. Ambas eran criadas en la hacienda de los marqueses de Alvarado, en Córdoba. Allí, Leocadia no era una dama noble, sino una sirvienta ambiciosa, dispuesta a todo por escalar.
Lo que empieza como una historia de juventud se convierte pronto en una pesadilla. Petra narra cómo Leocadia comenzó robando pequeñas joyas de su señora. Luego, el deseo de poder la llevó más lejos: cuando la marquesa descubrió los robos y amenazó con denunciarla, Leocadia envenenó su té. Petra lo vio todo. La vio añadir un polvo blanco al brebaje y observó desde una rendija cómo la marquesa moría entre espasmos mientras Leocadia la contemplaba sin un atisbo de compasión.

El horror paralizó a Petra. No gritó, no pidió ayuda. Y Leocadia, al darse cuenta de que había sido testigo, la convirtió en su prisionera de por vida. “Si hablas, tú serás la siguiente”, le susurró con una frialdad que helaba la sangre. Desde entonces, Petra vivió bajo el yugo del miedo, acatando órdenes, silenciando su conciencia y cargando con la culpa de haber callado. Leocadia, transformada años después en condesa y esposa del varón de Grazalema, se aseguró de tener a Petra cerca, bajo su control, recordándole cada día lo que había visto y lo que no hizo.
Pía escucha con el alma en vilo. Las piezas del rompecabezas encajan: los comportamientos erráticos de Petra, su temor irracional hacia Leocadia, las miradas evasivas… todo cobra sentido. Pero la magnitud de la revelación es abrumadora. Leocadia, la mujer que ha manipulado, mentido y sembrado discordia en La Promesa, es también una asesina.
Petra, entre sollozos, confiesa que Leocadia la obligaba a espiar a los demás, a informar sobre cada movimiento del servicio y de los señores. Si alguna vez intentaba resistirse, la amenaza regresaba: “Recuerda Córdoba”. El miedo la convirtió en sombra de sí misma, hasta que la culpa terminó enfermándola. Ahora, tras su despertar, siente que el cielo le ha dado una última oportunidad para redimirse. “No puedo morir sin decir la verdad”, le dice a Pía con voz quebrada. “Estoy lista para asumir las consecuencias.”
Pía, conteniendo las lágrimas, promete apoyarla. Deben contarle todo a Manuel. Cuando lo hace, la reacción del joven señor es una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Escucha el relato sin interrumpir, con los puños cerrados y los ojos nublados por la furia. Al terminar, se inclina hacia Petra y le dice con voz firme: “Tú no eres la culpable. La asesina es ella. Y te juro que no volverá a hacerte daño.”
La decisión está tomada. Manuel va directo a buscar a su padre. Le cuenta todo: la historia en Córdoba, el asesinato de la marquesa, los robos, el chantaje. Don Alonso escucha sin decir palabra, cada revelación le golpea como una bofetada. Cuando su hijo termina, el patriarca se levanta lentamente, con la mirada fija en la oscuridad más allá de la ventana. “Dios mío… y todo este tiempo la tuvimos aquí, bajo nuestro techo”, murmura con voz helada.
Pero el shock pronto se convierte en determinación. “No podemos actuar sin pruebas”, dice Manuel. “Ella lo negará todo. Necesitamos pruebas de su pasado.” Alonso asiente. Inmediatamente decide enviar un investigador a Córdoba, alguien discreto que revise los archivos, los registros de la muerte de la marquesa, los nombres del personal de servicio. Si logran vincular a Leocadia con aquel crimen, tendrán la prueba que necesitan para hundirla definitivamente.
Ambos saben que deben actuar con cautela. Si Leocadia sospecha que su secreto ha salido a la luz, podría intentar huir… o algo peor. “Debemos fingir normalidad”, advierte Alonso. “No debe saber que lo sabemos.” Pero la tensión en el aire del palacio es ya insoportable. Detrás de las paredes doradas de La Promesa, el miedo y la traición hierven como un volcán a punto d