La Promesa – Avance del capítulo 707: Martina y Adriano provocan los celos de Jacobo

Martina y Adriano provocan los celos de Jacobo: El fuego del deseo y la traición se desata en La Promesa

El amanecer del 3 de noviembre llega con un aire inquieto a La Promesa. Las primeras luces del día se filtran entre los ventanales del palacio como cuchillos de cristal, iluminando un escenario cargado de pasiones reprimidas, secretos a punto de estallar y decisiones que cambiarán vidas para siempre. Lo que parecía un lunes común pronto se convierte en un torbellino de emociones que amenaza con consumir a todos los que viven bajo el techo de piedra de los Luján.

En el corazón del drama, Martina y Adriano viven momentos que parecen inofensivos, pero que siembran la semilla del caos. Su creciente cercanía, llena de miradas cómplices y gestos de ternura, despierta la furia de Jacobo. El prometido de Martina, dominado por un orgullo enfermizo, no soporta ver cómo otro hombre ocupa el espacio que él considera suyo. Lo que comienza como una leve incomodidad termina transformándose en una tormenta de celos que amenaza con arruinarlo todo.

Mientras Jacobo arde por dentro, en otro rincón del palacio Ángela libra su propia batalla. Harta del control férreo de su madre, Leocadia, decide desafiarla con una valentía que roza la imprudencia. Tras una noche sin dormir, dominada por pensamientos que la desgarran entre el deber y el deseo, Ángela se levanta decidida a cambiar su destino. Frente a su madre, en el desayuno, suelta una bomba que paraliza el aire: no se casará con Beltrán. El rostro de Leocadia se endurece, su voz se vuelve un susurro de hielo, y lo que sigue es un duelo silencioso entre dos mujeres que comparten la misma sangre y la misma obstinación.

Avance 'La Promesa': Martina y Adriano desatan los celos de Jacobo (capítulo  707, lunes 3 de noviembre)

La joven no retrocede. Exige algo inaudito: realizar un viaje a solas con Curro antes de casarse. Necesita respirar, pensar, escapar de las garras de un matrimonio impuesto. Su madre, al principio indignada, termina cediendo, no por comprensión, sino por estrategia. Con veneno en las palabras, acepta la petición, pero deja claro que aquello no es una victoria, sino una tregua. El permiso viene acompañado de una amenaza: si algo mancha el honor de Ángela, Curro pagará un precio tan terrible que ni la muerte sería un alivio.

La advertencia de Leocadia retumba como un trueno en los oídos de Curro, que la escucha aterrado. El viaje que soñó como una escapatoria romántica se convierte en una trampa mortal. Cada paso que dé junto a Ángela estará vigilado por la sombra vengativa de la madre. Aun así, acepta el desafío, movido por un amor más fuerte que el miedo.

En los pisos inferiores, la tensión adopta otra forma. María Fernández, destrozada por la culpa y el miedo, se prepara para una decisión que la marcará para siempre. Pía, su amiga y confidente, la acompaña en el proceso de interrumpir su embarazo, un acto prohibido y peligroso. María tiembla, convencida de que no saldrá viva de aquello. Pía la sostiene, recordándole que no está sola, que la valentía no consiste en no tener miedo, sino en enfrentarlo. Sus palabras calman por un instante el temblor de la joven, pero el terror persiste, mordiéndole el alma como un animal salvaje.

Mientras tanto, en la cocina, otro tipo de traición se cocina a fuego lento. Lope, el chef de alma noble y manos prodigiosas, descubre que alguien ha robado sus recetas. Una misteriosa autora, “Madame Cocotte”, publica en una revista culinaria los platos que él mismo creó. Las proporciones, los aromas, incluso los pequeños trucos que solo él conocía, aparecen impresos como si fueran ajenos. El descubrimiento enciende una mezcla de rabia y desilusión. Entre Candela y Salvador, intentan encontrar al culpable. Todo apunta a que el ladrón está dentro del propio palacio. Lope promete desenmascararlo, aunque para ello deba remover las capas más oscuras de La Promesa.

En el despacho, Manuel vive un momento de incertidumbre. Recibe una carta de una empresa aeronáutica, su puerta de escape del mundo sofocante en que vive. Pero las palabras son ambiguas, las promesas vagas, las condiciones extrañas. No es la liberación que esperaba, sino otra jaula disfrazada de oportunidad. La esperanza se mezcla con la duda, y el joven se queda mirando la misiva como si en sus letras se escondiera el destino que tanto teme enfrentar.

En los jardines, la calma también se quiebra. Jacobo, consumido por los celos, busca a Martina y la encuentra junto a Adriano, riendo, sosteniendo a los bebés con naturalidad y ternura. La escena, que a cualquier otro le parecería inocente, para él es una humillación insoportable. Se siente desplazado, traicionado, invisible. Se aproxima con paso firme, su mirada ardiendo de resentimiento. Martina intenta calmarlo, pero sus disculpas son inútiles. Jacobo estalla. Sus palabras son cuchillos disfrazados de reproches, acusándola de jugar a ser una familia con otro hombre mientras él queda como un tonto. Martina, herida por la injusticia, le responde con valentía, pero su voz se quiebra. Al final, él se marcha, dejando tras de sí el eco de su desprecio y a una Martina devastada, mientras Adriano, impotente, solo puede consolarla con la mirada.