La Promesa – Avance del capítulo 704: Alguien lo sabe…

Avance ‘La Promesa’: Alguien lo sabe… (capítulo 704, 27 de octubre)

El lunes 27 de octubre, La Promesa volverá a La 1 de TVE con el capítulo 704, y ya se percibe un aire tenso en cada rincón del palacio. Los secretos flotan como nubes oscuras, y las verdades ocultas se enredan entre susurros y miradas cautelosas. Cada amanecer no trae alivio, sino la sensación de que los pilares sobre los que se sustenta el mundo cuidadosamente construido por Leocadia y su familia podrían resquebrajarse en cualquier instante.

El otoño había despojado a los árboles de sus hojas, pero también parecía arrastrar la alegría de los habitantes del palacio. Salones, cocinas y corredores estaban teñidos por una melancolía contagiosa. Entre todos, Leocadia sentía el peso de la amenaza más que nadie. Sus pasos eran vigilantes, su mirada recelosa, y los tapices que antes la fascinaban ahora eran testigos mudos de su paranoia. La mujer que había sido dueña de su destino se encontraba atrapada por un secreto que la consumía: una carta que había confiado a Catalina, un testimonio de su vulnerabilidad, ahora podría estar en manos de alguien dispuesto a usarlo como arma.

El Barón de Valladares fue el mensajero de la sentencia: “Catalina no pudo enviar la carta a Adriano”. Estas palabras golpearon como un martillo, confirmando que alguien más había actuado, que su confidencia se había vuelto un proyectil fuera de control. La pregunta de quién había tomado la carta la perseguía sin tregua. Cada rostro que veía se convertía en sospechoso; cada sonrisa, en un disfraz; cada gesto amable, en una amenaza velada. El mundo entero se transformaba en un teatro de sombras, y Leocadia era la única que desconocía el guion.

Avance semanal de 'La Promesa': Un esperado regreso, los celos de Jacobo y  la enfermedad mortal de Petra, del 6 al 10 de octubre

Mientras la duquesa lidiaba con su angustia, otras intrigas se desplegaban en La Promesa. Curro observaba a Ángela con creciente preocupación. La joven, que mantenía una fachada gélida frente al capitán Beltrán, ocultaba tras su frialdad un desgaste profundo. Su plan de evitar un enlace no deseado con Lorenzo había convertido cada interacción en un acto calculado, pero también la había aislado de todos, incluido de sí misma. Sus ojos, antes vivos y brillantes, ahora mostraban la fatiga de quien libra batallas internas interminables.

—Hay algo más, ¿verdad? —le preguntó Curro un día, encontrándola sola en la biblioteca.
—Estoy cansada, primo —respondió Ángela con un hilo de voz—. Cansada de fingir, de luchar… A veces pienso que sería más fácil rendirse.
Curro no podía permitirlo. Sentándose a su lado, le recordó que la rendición no era una opción y que a veces un gesto cálido podía ser más eficaz que el hielo de la hostilidad. Ángela, aunque reticente, comenzó a poner en práctica un nuevo enfoque: sonrisas calculadas, amabilidad meditada, buscando desconcertar a Lorenzo y proteger su plan. El primer encuentro bajo esta estrategia fue en el jardín, donde Beltrán se encontró con una Ángela inesperadamente cordial. Cada palabra, cada gesto, era un sacrificio, pero la estrategia parecía funcionar: confundía al enemigo y, al mismo tiempo, mantenía viva la esperanza de mantener el control sobre su destino.

En otra ala del palacio, los conflictos se manifestaban de forma distinta. El corazón del servicio estaba en ebullición tras la confesión de Enora: había intentado vender el diseño del motor por desesperación económica, traicionando la confianza de Manuel. El joven, profundamente herido, se debatía entre la rabia y el dolor. Toño y Simona actuaban como mediadores, tratando de mostrarle que la desesperación puede empujar a cometer errores, pero que la empatía y el perdón son herramientas de fortaleza, no de debilidad. Con paciencia, lograron abrir una pequeña grieta en su resentimiento, dejando que la luz de la comprensión penetrara en el muro de su ira.

Mientras tanto, Martina y Jacobo vivían otra tensión silenciosa, donde los gestos y silencios tenían más peso que las palabras. La distancia emocional entre ellos se había vuelto casi física, y cualquier intento de interacción parecía un choque contra un muro invisible. Los desayunos eran una rutina de formalidades huecas; las preguntas y respuestas, rituales sin sustancia. La frustración y el miedo a enfrentarse a la realidad de su relación los mantenían atrapados en un laberinto de resentimiento y desilusión, sin indicios claros de cómo hallar el camino de regreso.

En el servicio, la joven Petra se encontraba en el centro de otro conflicto: su delicada salud física y emocional chocaba con la implacable disciplina de Cristóbal, el mayordomo. Pía, consciente del sufrimiento de la doncella, intentaba protegerla, mientras que Cristóbal veía solo la eficiencia y el deber, sin lugar para la compasión. La frialdad de su autoridad contrastaba con la ternura de Pía, generando un tira y afloja que mantenía a Petra al borde del colapso. La cocinera decidió que si Cristóbal no iba a actuar en su defensa, ella misma intercedería, buscando alivio y justicia para la joven, consciente de que la humanidad debía prevalecer incluso sobre las normas rígidas del servicio.

La Promesa' despide a una de sus protagonistas