La Promesa: Curro lo arriesga TODO para salvar a Catalina y desenmascarar a Lorenzo.
La Promesa: Curro lo arriesga TODO para salvar a Catalina y desenmascarar a Lorenzo
La tensión en La Promesa alcanzó niveles insostenibles, marcando un punto de quiebre donde cada personaje se encontraba al borde del abismo. Curro, enfrentado a una decisión que parecía imposible, debía sacrificar su honor y su reputación para proteger a Ángela de un destino impuesto: un matrimonio con el despiadado Conde de Ayala, Lorenzo. Cada segundo contaba, y la presión sobre su conciencia crecía con la certeza de que cualquier error podría ser irreversible. Mientras tanto, Adriano vivía su propio tormento interno, desconfiando de las cartas de Catalina, cuya serenidad aparente escondía un grito desesperado pidiendo ayuda: estaba en peligro, y cada palabra que le llegaba era un tortuoso recordatorio de su impotencia.
Lo que ambos ignoraban era que estaban atrapados en un juego orquestado por Leocadia, cuya mente calculadora utilizaba el sufrimiento de los demás como piezas en un tablero de venganza largamente planificado. Su plan era audaz y peligroso: un rescate arriesgado que involucraba no solo engaños y subterfugios, sino también un aeroplano como medio de liberación. La pregunta que colgaba en el aire era evidente: ¿podría el sacrificio de Curro desenmascarar a Lorenzo y salvar a Catalina a tiempo? La noche más oscura de La Promesa estaba a punto de desatar un escándalo que cambiaría el destino de todos.

Para Curro, cada instante era un suplicio. Las palabras de Leocadia resonaban sin cesar en su mente: “Un sacrificio. Eso es lo que se necesita para salvar a Ángela. Solo tú puedes hacerlo”. No se trataba de un favor común, sino de un acto que lo condenaría socialmente: debía robar los libros de contabilidad secretos de Lorenzo y, de manera cuidadosamente torpe, hacerlos llegar a las autoridades y la prensa, asegurándose de que todas las sospechas recayeran sobre él. Sería percibido como un amante despechado, un criminal que había falsificado pruebas contra un rival poderoso, mientras Ángela se liberaría finalmente de su opresivo destino.
El plan, aunque arriesgado, era la única grieta en la impenetrable armadura de Lorenzo. La contabilidad secreta que Curro debía robar documentaba contrabando de arte y evasión fiscal, pruebas que podrían destruir al Conde y suspender el matrimonio. Cada movimiento debía calcularse al milímetro, porque un error significaría la ruina de Curro y la permanencia de Ángela en manos de Lorenzo. El tiempo apremiaba: la boda se fijaría dentro de dos semanas, y cada día que pasaba estrechaba aún más el lazo que amenazaba a la joven.
Simultáneamente, Adriano lidiaba con la inquietante calma de las cartas de Catalina. Cada misiva era perfecta, medida, casi clínica, un contraste absoluto con la pasión y el caos que caracterizaban a la joven. Su corazón le decía que algo no estaba bien; que su amada no estaba escribiendo con libertad sino bajo coacción, y que Lorenzo la mantenía cautiva. María Fernández intentaba contener su desesperación, instando a Adriano a no sucumbir al miedo, pero la certeza de que Catalina estaba en peligro le quemaba el alma.
En los salones del palacio, la farsa de la preparación de la boda continuaba. Lorenzo, seguro de sí mismo, dictaba nombres y regalos, mientras Leocadia jugaba el papel de madre complaciente, ocultando un odio profundo y un deseo de venganza largamente gestado. Cada gesto, cada palabra, estaba impregnada de un plan que usaría a Curro como arma para derribar al Conde. Ángela, sumida en la tristeza, apenas podía reaccionar, mientras la tensión entre la venganza de Leocadia y el amor de Curro se intensificaba.
En paralelo, Martina comenzaba a notar irregularidades. Observó movimientos sospechosos, intercambios discretos, y pronto descubrió que Leocadia había enviado a Beltrán, el detective de Adriano, a una trampa. Catalina estaba nuevamente en manos de Lorenzo, y la manipulación de Leocadia era más profunda de lo que parecía. La joven comprendió que todo el plan de la madre de Ángela no buscaba salvar, sino destruir a Lorenzo, sin importar las consecuencias para otros.
Mientras tanto, en un taller lejano, Manuel y Toño ultimaban los detalles de un aeroplano, un prototipo secreto que pronto sería esencial para el rescate. La maquinaria, el sudor y la dedicación de los jóvenes contrastaban con la opresiva tensión del palacio, y su trabajo se convertiría en un factor crucial para el desenlace de los acontecimientos.
La noche del jueves, Curro finalmente tomó su decisión. Buscó a Leocadia, aceptando el papel de criminal y sacrificio, decidido a hacer lo necesario para liberar a Ángela. Con los libros de contabilidad en su poder, se convirtió