Sueños de Libertad Capítulo 417 (Begoña y Gabriel corren a salvar a Andrés )
La tarde se había oscurecido rápidamente, y un aire de inquietud se cernía sobre el refugio de Sueños de Libertad. Begoña miraba por la ventana, su corazón latiendo con fuerza. Había notado que Andrés había salido más tarde de lo habitual, y una extraña sensación de desasosiego la invadía. Algo no estaba bien.
“Gabriel, algo me dice que debemos salir a buscar a Andrés”, dijo Begoña, su voz temblando levemente. Gabriel, que estaba revisando algunos documentos en la mesa, levantó la mirada y vio la preocupación en los ojos de su amiga.
“Tienes razón. No podemos quedarnos aquí sin hacer nada. Vamos a buscarlo”, respondió él, sintiendo también la urgencia en el aire. Ambos sabían que el mundo exterior era peligroso, pero la lealtad hacia sus seres queridos siempre los impulsaba a actuar.
Se pusieron abrigos y salieron a la calle, la oscuridad envolviendo el pueblo como un manto pesado. La luna se ocultaba tras las nubes, y el silencio de la noche se sentía inquietante. Begoña y Gabriel caminaron rápidamente, sus corazones latiendo al unísono mientras se dirigían al lugar donde Andrés solía pasar su tiempo.
“¿Dónde crees que pudo ir?”, preguntó Gabriel, rompiendo el silencio tenso. Begoña frunció el ceño, tratando de recordar. “Siempre le ha gustado el viejo molino en las afueras del pueblo. Tal vez fue allí.”
Sin perder tiempo, ambos se dirigieron hacia el molino. Mientras corrían, el miedo comenzaba a apoderarse de Begoña. “¿Y si le ha pasado algo? No puedo imaginarlo…” Su voz se quebró, y Gabriel la miró con determinación.
“No pienses así. Vamos a encontrarlo. Estoy seguro de que solo está un poco retrasado”, intentó calmarla, pero sus propias palabras sonaban vacías ante la creciente ansiedad.
Cuando llegaron al molino, la estructura se alzaba como un espectro en la oscuridad. Las aspas del molino chirriaban con el viento, creando un sonido inquietante. Begoña sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Andrés, ¿estás aquí?”, gritó, su voz resonando en la noche. No hubo respuesta.
“Vamos a entrar”, dijo Gabriel, y Begoña asintió, aunque la idea de adentrarse en aquel lugar abandonado le daba miedo. Juntos, empujaron la puerta, que chirrió al abrirse. El interior estaba oscuro y lleno de polvo, y el aire olía a humedad y abandono.
“Andrés, ¿estás aquí?”, volvió a llamar Begoña, la esperanza disminuyendo con cada segundo que pasaba. Caminaron con cautela, iluminando el camino con sus teléfonos móviles. Las sombras danzaban a su alrededor, y cada crujido de la madera los hacía saltar.
De repente, un ruido sordo resonó en el piso superior. Begoña y Gabriel intercambiaron miradas. “¿Lo has oído?”, preguntó Gabriel, su voz apenas un susurro. Begoña asintió, el corazón en la garganta. “Sí, vamos a ver.”
Subieron las escaleras, cada paso resonando en el silencio. Cuando llegaron al piso superior, encontraron una habitación oscura. “Andrés, ¡responde!”, gritó Begoña, la desesperación apoderándose de ella. En ese momento, una sombra se movió en la esquina de la habitación.
“¡Begoña!”, una voz familiar resonó en la oscuridad. Era Andrés. Aliviada, Begoña corrió hacia él, pero su alegría se desvaneció al ver su estado. Estaba atado a una silla, con una herida en la frente que sangraba ligeramente.
“¡Andrés! ¿Qué te ha pasado?”, exclamó, mientras Gabriel se apresuraba a desatarlo. “No tengo tiempo para explicaciones. Tienen que irse, están buscando a los que se oponen a ellos.”
“¿Quiénes? ¿Quién te hizo esto?”, preguntó Gabriel, mientras luchaba con los nudos. “No importa, solo tenemos que salir de aquí. Ellos vendrán pronto.”
Begoña miró a su hermano, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. “No vamos a dejarte aquí. Vamos a salir juntos.”