LORENZO’S TRIUMPH IN MARRYING ANGELA || CHRONICLES and ANALYSIS of La Promesa
La desaparición de Ángela: un misterio que sacude La Promesa
Sin lugar a dudas, la doncella de los sueños de muchos, Ángela, es la pieza central de los acontecimientos más dramáticos que se viven en La Promesa. Su nombre, cargado de simbolismo, refleja su naturaleza: bondad, pureza y una belleza intrigante que todos reconocen. Pero esa luz se ha apagado con su desaparición, y la urgencia por hallarla se convierte en el clamor general. “Hay que encontrar a Ángela”, repiten unos y otros, como si se tratara de un eco que recorre cada rincón del palacio y del pueblo. Nadie permanece indiferente ante la angustia de no saber dónde está la joven ni qué suerte ha corrido.
Curro, desde su habitación, vive la incertidumbre como un tormento. Sus sentimientos por Ángela lo colocan en un lugar especialmente vulnerable. La idea de perderla lo consume, y cada minuto sin noticias es un peso insoportable. Para él, la búsqueda no es solo una obligación moral, sino una necesidad vital. Sin embargo, siente frustración al ver que los esfuerzos de otros no alcanzan la intensidad que debería tener un caso tan grave.
La desaparición de Ángela no solo sacude a quienes la quieren, sino también al conjunto de la comarca. En un pueblo como Luján, pequeño y unido, un hecho así tendría que movilizar a todos. En otras circunstancias, campesinos, maestros, vecinos, alumnos mayores y hasta las autoridades locales se habrían volcado en su búsqueda. Sin embargo, aquí la reacción parece más contenida, y algunos se preguntan por qué no se han unido más fuerzas a las partidas de rastreo. La Guardia Civil ha sido avisada, pero los resultados son escasos. La sensación general es que algo falla, que la organización no está a la altura del desafío.

El encargado oficial de coordinar las batidas es Cristóbal Ballesteros, recién llegado a La Promesa y con escasa experiencia en la zona. Su voluntad es firme, pero su desconocimiento del terreno lo limita. No es un hombre de campo ni un investigador, sino un mayordomo. Y aunque conoce protocolos y procedimientos, su formación poco tiene que ver con la de alguien especializado en encontrar personas desaparecidas. Este detalle genera críticas veladas y la certeza de que la búsqueda, en manos de otros, podría ser más efectiva.
La situación se agrava al considerar la inacción de algunos personajes clave. Manuel, por ejemplo, mostró en el pasado gran iniciativa al usar el avión para localizar a Catalina, pero ahora parece menos implicado. Adriano, absorbido por sus propios asuntos y enredado en la trama de la Liga de Nobles, tampoco presta atención al drama de Ángela. Esta indiferencia resulta incomprensible para quienes ven en la joven no solo a una doncella, sino a una parte esencial de la vida en el palacio.
Mientras tanto, Leocadia, la madre de Ángela, vive un infierno personal. Su dolor es evidente, pero sus decisiones generan controversia. En lugar de exigir una búsqueda más amplia y exhaustiva, se deja llevar por la presión y las circunstancias. Esto la coloca en una posición débil frente a Lorenzo, el verdadero villano detrás de este drama. El capitán, en un acto de manipulación y perversidad, ha secuestrado a la joven con un objetivo claro: obligar a Leocadia a consentir un matrimonio entre él y Ángela.
Lorenzo, con su carácter ambicioso y oscuro, busca varias cosas con esta jugada. Por un lado, satisfacer sus deseos más lujuriosos, pues no es secreto que su interés por la joven va más allá de lo sentimental. Por otro, causar un daño directo a Curro, a quien considera un rival emocional. Sabe que si logra casarse con Ángela, el dolor de Curro será insoportable, cumpliendo así su objetivo de destruirlo emocionalmente. Y, como tercer motivo, se esconde un interés económico y social: Ángela es heredera de una gran fortuna gracias a la posición de su madre, y convertirse en su esposo le abriría puertas de poder y riqueza.
El plan de Lorenzo es tan calculador que no basta con la palabra de Leocadia. Es consciente de que ella podría retractarse una vez devuelta su hija, por lo que sospecha que buscará asegurarse de que el consentimiento quede sellado por escrito o incluso consumado en un matrimonio antes de liberar a Ángela. Este panorama resulta aterrador para todos, pues significaría que la joven podría volver al palacio solo convertida en esposa de un hombre que la atormenta.
En medio de todo este dolor, hay quienes señalan la falta de realismo en la forma en que se está abordando la desaparición. En un contexto como el de principios del siglo XX, una desaparición de tal magnitud habría movilizado a toda la comunidad. Sin embargo, en La Promesa, la reacción parece limitada a pequeños grupos, dejando la sensación de que se subestima la gravedad de lo ocurrido. El pueblo entero debería estar implicado, pero el peso recae principalmente en unos pocos personajes, mientras otros continúan con sus rutinas como si nada hubiese pasado.
La figura de Alonso aparece aquí en un papel casi caricaturesco. Su aparente indiferencia frente al sufrimiento de Leocadia provoca tanto indignación como cierto placer irónico para algunos. Tras su insistente manera de “alonsar” y restar importancia a todo lo que no sea su propio mundo, ver cómo ignora la angustia de Leocadia parece un justo castigo para ella, que eligió ocupar el lugar de Cruz. Sin embargo, su postura también resalta la soledad de una madre que clama por su hija en un entorno que no le brinda el apoyo que necesita.
La búsqueda de Ángela debería ser el motor de unión de todos, pero, por el contrario, revela divisiones, intereses ocultos y un preocupante desinterés de quienes podrían hacer más. Solo algunos, como Curro o María Fernández, parecen actuar con verdadera determinación. Esta última, recordando su propia experiencia de secuestro, propone buscar en las cuevas donde ella misma estuvo retenida. Su lógica es impecable: si ya fueron usadas una vez, bien podrían haber servido de escondite de nuevo. Sin embargo, nadie parece tomar en serio su intuición, lo que añade frustración al proceso.
La intriga no termina aquí. La obsesión de Lorenzo por casarse con Ángela abre un debate sobre lo que realmente persigue. Más allá de los impulsos personales, su objetivo parece ser desestabilizar a todos los que lo rodean. Convertir el sufrimiento en su victoria personal. Y mientras tanto, el tiempo corre, las esperanzas se diluyen y la incertidumbre crece.

Entre tanto drama, surge un detalle curioso que relaja momentáneamente la tensión: el barón de Valladares hace una referencia a su faceta como productor de quesos, concretamente del queso payoyo, típico de la Sierra de Cádiz. Una observación aparentemente trivial, pero que arranca sonrisas y humaniza a un personaje que suele moverse en tramas de ambición y poder. Este guiño a la vida cotidiana contrasta con la gravedad de la desaparición de Ángela, recordando que en La Promesa siempre hay espacio para pequeñas anécdotas que acercan a los personajes a la realidad de los espectadores.
En conclusión, la desaparición de Ángela no es solo un misterio que mantiene en vilo a todos, sino también un reflejo de las tensiones internas de La Promesa. Los secretos, las ambiciones y los conflictos personales se entrelazan con una búsqueda que debería unir a todos, pero que, por el contrario, los fragmenta aún más. La gran incógnita sigue siendo si la joven regresará con vida… y bajo qué condiciones.