María, harta de fingir que no puede caminar – Sueños de Libertad

Estoy segura de que fue Begoña la que convenció a Andrés para no adoptar

El ambiente estaba cargado de tensión, como una tormenta a punto de estallar. Las palabras flotaban entre los muebles y el silencio, pesadas y llenas de emociones contenidas. “Estoy segura de que fue Begoña la que convenció a Andrés para no adoptar”, afirmó con convicción, la voz firme pero teñida de un dejo de frustración. Era imposible no notar la intensidad de sus sentimientos, porque detrás de cada frase había años de planes, sueños y expectativas que ahora se veían amenazadas.

La réplica no se hizo esperar. “¿De verdad crees que Begoña todavía puede influir en Andrés?”, preguntó, la incredulidad mezclada con una necesidad de comprender la magnitud de la situación. La discusión no era solo sobre una decisión concreta, sino sobre la percepción de poder, influencia y lealtades cambiantes. En ese intercambio, cada palabra cargaba un doble significado, una tensión que iba más allá de lo evidente, que rozaba la manipulación, el miedo y el amor no correspondido.

La defensiva surgió de inmediato. “Ahora la defiendes”, acusó, con un filo de reproche que podía cortarse en el aire. Sin embargo, la respuesta fue rápida, equilibrada y directa: “No, no la defiendo, pero estoy seguro de que te equivocas.” Esa seguridad revelaba no solo conocimiento, sino también una estrategia cuidadosamente calculada. Con un dejo de autoridad, continuó: “Por mucho que creas que la conoces, yo la conozco mucho mejor. La conozco lo suficiente como para saber que Begoña ya no pretende romper tu matrimonio.”

Capítulo 258 de Sueños de libertad; 4 de marzo: María, en estado crítico  tras interrumpir su embarazo

Cada palabra estaba medida, cada frase cargada de implicaciones. No se trataba solo de opiniones o percepciones; era una afirmación de control sobre la narrativa y de certeza sobre las verdaderas intenciones de Begoña. “Ahora mismo, Begoña solo piensa en mí”, añadió, dejando claro que las prioridades y lealtades habían cambiado, que la influencia que temían ya no era un peligro para sus planes.

En ese momento, se produjo una declaración que selló la alianza y el compromiso de lealtad: “Y tú a estas alturas deberías saber que si estoy del lado de alguien, es del tuyo. Tú y yo jugamos en el mismo equipo y jugamos para ganar, si antes no lo estrupeas todo.” Era un recordatorio de que no había espacio para errores, de que la cooperación debía ser total y que cada acción debía pensarse con cuidado, porque cualquier paso en falso podría arruinar todo.

La tensión entre ambos se intensificó cuando uno de ellos intentó marcar límites: “No me hables como si fuera idiota”, dijo, exigiendo respeto y reconocimiento. La respuesta, cargada de realismo y pragmatismo, no se hizo esperar: “Solo quiero que asumas tu derrota. Si Andrés no quiere tener un hijo, no va a adoptar. Por mucho que insistas.” Cada palabra era un recordatorio de la inevitabilidad de ciertos hechos, de que algunas decisiones no podían forzarse ni manipularse, por mucho deseo que existiera.

Pero la insistencia y la pasión no se contenían. “No lo entiendes. Lo único que quiero es que Andrés esté a mi lado y la única forma de conseguirlo es tener un hijo”, afirmó, dejando al descubierto un deseo profundo, casi desesperado. Cada frase revelaba un corazón dividido entre la razón y la emoción, entre lo que podía controlar y lo que escapaba completamente de sus manos. La insistencia en su plan reflejaba no solo un sueño personal, sino también una estrategia emocional para consolidar su relación y asegurar un futuro deseado.

Las complicaciones no tardaron en surgir. “No puedo fingir toda la vida estar en una silla de ruedas”, añadió, la verdad brutalmente directa y honesta, una confesión de vulnerabilidad que mostraba los miedos y las limitaciones que la realidad imponía a sus planes. La otra voz intervino, calmante pero firme: “Aunque vuelvas a caminar, no lo perderás. Tranquila.” Era un intento de reafirmar confianza, de mantener la esperanza viva incluso cuando la situación parecía precaria y llena de incertidumbre.

La conversación se adentró en la proyección de futuro y los cálculos estratégicos. “Así como lo sabes. Lo has visto en tu bola de cristal. Cuando Brosar se haga con las perfumerías de la reina, tendrá que agradecerte que hayas velado por sus intereses.” Cada palabra estaba pensada, cada escenario contemplado, y la planificación se mezclaba con la urgencia de mantener el control. La perspectiva de éxito no era solo profesional, sino profundamente personal, vinculada al amor, la lealtad y las alianzas que habían construido durante años.

Pero no todo dependía de planes o estrategias. “Y si el plan no sale bien, saldrá bien. Y entonces todos estarán buscando dónde agarrarse y él solo te tendrá a ti”, añadió, reconociendo que, incluso cuando los acontecimientos se desvían de lo esperado, la resiliencia y la preparación podrían garantizar un resultado favorable. La certeza en las palabras reflejaba un conocimiento profundo del carácter de Andrés y de cómo reaccionaría ante la presión y las circunstancias cambiantes.

La conversación culminó con un matiz de advertencia y aceptación: “Y si no reacciona como esperas. Si quiere irse, deja que se vaya. Caerá como todos los demás.” Era un recordatorio de que, aunque los planes fueran meticulosos, la libertad de decisión de Andrés no podía eliminarse. La paciencia, la observación y la capacidad de esperar eran tan importantes como la estrategia y la determinación. Cada gesto, cada palabra, cada acción debía equilibrarse cuidadosamente entre la influencia y la libertad, entre el deseo y la realidad.

Avance del próximo capítulo de Sueños de libertad: La gran discusión entre  María y Begoña por el amor de Andrés

El silencio posterior estaba cargado de significados. Ninguno de los dos podía ignorar la complejidad de la situación, ni las emociones que la acompañaban. La mezcla de amor, ambición, miedo y esperanza creaba un clima casi irrespirable, en el que cada palabra era un arma y cada gesto una estrategia. La necesidad de mantener la calma, de observar y de reaccionar en el momento preciso se volvía esencial para que los planes pudieran desarrollarse sin perder el control.

Mientras ambos se miraban, conscientes de la magnitud de lo que estaba en juego, quedó claro que la batalla no era solo por un hijo o una relación, sino por la seguridad, la confianza y la consolidación de un vínculo que había sido probado por las circunstancias. La tensión y la pasión coexistían, y cada acción futura dependería de la habilidad de manejar emociones, estrategias y decisiones de manera simultánea.

La escena cerró con un sentido de incertidumbre y desafío. Nadie sabía qué pasaría primero, si Andrés reaccionaría como se esperaba, o si la influencia, la planificación y la persistencia serían suficientes para asegurar el resultado deseado. Sin embargo, la determinación de quien hablaba era clara: cada movimiento estaba calculado, cada palabra medida, y cada paso pensado para garantizar que, al final, la victoria no sería solo una cuestión de suerte, sino de inteligencia, paciencia y control absoluto sobre la situación.