Begoña se aferra a Gabriel sin imaginar que está viviendo en una mentira – Sueños de Libertad

Estaba saliendo de mi habitación y te iba a llegar y como hoy casi no te he visto te echaba de menos

La tarde estaba teñida de una calma inesperada, un silencio acogedor que parecía envolver toda la casa. Mientras salía de su habitación, no pudo evitar pensar en él, en la necesidad de encontrarlo, aunque fueran apenas unos minutos juntos. “Estaba saliendo de mi habitación y te iba a llegar, y como hoy casi no te he visto, te echaba de menos”, murmuró, dejando que sus palabras flotaran en el aire, cargadas de un cariño genuino que parecía surgir del corazón mismo.

Él la miró con esa mirada que lo decía todo, y sin siquiera responder con palabras, ella percibió que también lo había echado de menos. Ese instante de conexión silenciosa tenía un valor incalculable, como si cada segundo juntos fuera un refugio ante la fragilidad del mundo exterior. Sin embargo, la alegría de reencontrarse se mezclaba con una sensación de preocupación. Él notó su tristeza antes de que ella pudiera esconderla. “Te noto triste”, dijo, con una ternura que la hizo sentir expuesta y comprendida al mismo tiempo.

Ella esbozó una sonrisa que apenas podía sostener. “A ti no se te escapa una, ¿verdad?”, respondió, con un dejo de vulnerabilidad en la voz. La verdad era que no quería que se preocupara, que todo aquello que la tenía inquieta pareciera pequeño frente al momento que compartían. “¿Por qué estás preocupada?”, preguntó él, insistente, y ella replicó con suavidad: “Por nada en particular”.

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Pero la mente de ella no podía ignorar lo evidente: la fragilidad de la felicidad. Se dio cuenta de que los momentos de paz eran fugaces, delicados como el cristal, y que en cualquier instante podían romperse sin aviso. “Me di cuenta de lo frágil que es la felicidad”, confesó, mientras su mirada se perdía en algún punto distante de la habitación, como intentando capturar ese instante efímero para que no se escapara. La vida a su alrededor estaba llena de personas que sufrían, de corazones rotos y de historias truncadas.

“Hay muchas personas a mi alrededor que están tristes”, continuó, con un tono que mezclaba empatía y pesar. Y, por supuesto, pensaba en Tasio, entre otros. Su madre había muerto de una manera cruel y completamente inesperada, dejando un vacío que parecía imposible de llenar. “Sí. Ha sido una muerte lamentable”, coincidió él, sintiendo la misma impotencia ante la injusticia de la vida. La conversación los llevó a reflexionar sobre la impermanencia de todo lo que nos rodea, sobre cómo nada permanece en paz demasiado tiempo.

Ella siguió enumerando las desgracias que la rodeaban, intentando explicar por qué su corazón estaba inquieto incluso en medio de la felicidad. Una amiga muy querida estaba descubriendo que su relación se estaba desgastando, que el amor que los unía parecía desvanecerse con cada día que pasaba. Otra amiga había perdido al amor de su vida, sumida en una desesperanza que la hacía parecer atrapada en un pozo sin salida. “María es ella de ruedas sin esperanza alguna”, susurró, mostrando que no podía escapar de la tristeza que la rodeaba.

Él intentó calmarla. “No pienses en eso”, dijo, pero ella sabía que no podía evitarlo. Había algo en su corazón que la obligaba a mirar alrededor y notar cómo el mundo parecía desmoronarse para muchos, mientras ella, por primera vez en mucho tiempo, sentía un instante de verdadera paz y felicidad. “Siento que a mi alrededor todo se desvanece y, sin embargo, yo, por primera vez en mucho tiempo, estoy feliz, y esto gracias a ti”, admitió, dejando que la emoción fluyera sin reservas.

El silencio que siguió fue cálido, lleno de complicidad. La música suave del ambiente parecía acompañar cada latido de sus corazones, amplificando la intimidad del momento. Él la miró fijamente y con una sinceridad que la conmovió profundamente dijo: “Me haces feliz”. Ella sonrió con un brillo en los ojos y respondió con una simple verdad: “Y tú a mí también”.

El amor que compartían era palpable, tangible en cada gesto y en cada palabra. Él no podía ocultar su admiración: “Eres una mujer maravillosa, honesta, no me puedo creer la suerte que he tenido”, dijo, mientras cada sílaba parecía contener la certeza de que aquello era real, que la felicidad que sentían no era un espejismo. “Cualquier persona sería feliz a tu lado”, añadió, dejando claro que su gratitud y amor no eran solo palabras vacías, sino sentimientos profundos que habían encontrado un refugio en ella.

Nunca antes se había sentido tan seguro con alguien. La relación pasada con Andrés había sido un camino lleno de arenas movedizas, cada paso incierto y peligroso. Su matrimonio con Jesús, en cambio, era un recuerdo doloroso que prefería dejar atrás. Pero con ella, todo era diferente: “Esto es real”, confesó, con la voz temblorosa de emoción y convicción.

El deseo de compromiso surgió de inmediato, profundo y sincero: “Prométeme que nos vamos a querer así siempre, de forma sincera y sin hacernos daño”, pidió, mientras sus manos se entrelazaban, sellando un pacto silencioso de amor eterno. “Así lo haremos”, respondió ella, con la certeza de que aquel amor era sólido y verdadero. Su relación estaba construida sobre confianza, respeto y la seguridad que ambos habían buscado durante años.

“Nuestro amor va a durar toda la vida porque estoy totalmente enamorada de ti”, confesó ella, sin reservas, dejando que la sinceridad de sus palabras llenara el espacio entre ellos. A su lado había aprendido a amar de nuevo, con paz, confianza y seguridad. Cada momento compartido era un recordatorio de que podía entregarse sin miedo, de que el pasado no dictaría su presente ni su futuro.

Él la abrazó suavemente, dejando que la emoción los envolviera. “Te lo mereces y me alegro de que seas feliz gracias a mí”, dijo, reconociendo que su amor mutuo no solo había sanado heridas, sino que había abierto un espacio donde la felicidad podía existir sin temor. La música continuaba sonando, como un testigo silencioso de su historia, y cada nota parecía subrayar la belleza y la fragilidad de ese momento.

Capítulo 347 de Sueños de libertad; 10 de julio: Gabriel se sincera con  Begoña mientras María empieza a recuperar la sensibilidad

En aquel instante, todo lo que había sido dolor, desilusión y miedo quedó suspendido en el tiempo. La felicidad, aunque delicada, era real, y ambos sabían que la cuidarían, que la protegerían de cualquier sombra que intentara interponerse. Habían encontrado en el otro un refugio donde podían ser completamente ellos mismos, un espacio donde la confianza y el amor no eran solo palabras, sino hechos diarios.

Así, entre susurros y caricias, los dos comprendieron que habían alcanzado un punto de equilibrio que había sido imposible de encontrar antes. La vida seguía siendo incierta y frágil, pero mientras se tuvieran el uno al otro, nada podría borrar la felicidad que compartían. Y aunque las tristezas y las pérdidas de su entorno persistieran, aquel amor se erigía como un faro de esperanza, recordando que incluso en medio de la fragilidad, el amor verdadero podía surgir, estableciendo raíces profundas y duraderas.

El instante cerró con un abrazo que lo decía todo, con un silencio cargado de complicidad y con la certeza de que, por primera vez en mucho tiempo, ambos habían encontrado un amor que no solo los llenaba, sino que les daba la fuerza para enfrentar todo lo demás. A su lado, el mundo podía desmoronarse, pero su felicidad, esa felicidad compartida y sincera, permanecería firme, intacta y luminosa, como un tesoro que habían descubierto y que nunca dejarían escapar.