Sueños de Librtad Capítulo 17 de Septiembre (Pedro me engañó:tenías razón, yo no quise ver la verdad)
El 17 de septiembre en Toledo: secretos, culpas y confesiones bajo la sombra de doña Ángela
El amanecer en Toledo trajo consigo un silencio extraño, un murmullo apagado que parecía envolver cada rincón de la ciudad. La niebla descendía como un velo espectral sobre los tejados y patios, marcando el inicio de un día de duelo. La despedida de doña Ángela no era solo un acto solemne, sino también la apertura de viejas heridas y la exposición de secretos que durante años se habían mantenido ocultos en el corazón de la familia de la Reina.
En la mansión, Tacio intentaba ajustarse una corbata negra frente al espejo. Pero lo que realmente lo asfixiaba no era el nudo, sino la maraña de emociones que lo aprisionaban: rabia, culpa, dolor y una profunda sensación de haber fallado a su madre. Gaspar, su inseparable amigo, entró en la habitación con un vaso de agua, intentando arrancarlo del pozo de silencio en el que se había hundido. Tacio, sin embargo, solo deseaba que el día terminara. En su interior, una idea no lo dejaba en paz: la presencia de Damián. Le había rogado que no apareciera, que no mancillara la memoria de Ángela, pero conocía demasiado bien a su padre como para confiar en que cumpliría.

En otra estancia, Damián se debatía entre acudir o no al funeral. La tradición y el orgullo le exigían estar allí, pero la súplica de su hijo lo obligaba a contenerse. Finalmente, decidió quedarse, un gesto inusual en él, más parecido a un sacrificio que a una rendición.
El funeral avanzó en un clima de dolor contenido. Los asistentes caminaban con paso lento, entre susurros y lágrimas silenciosas. Tacio, frente al féretro, sostenía la mirada perdida, cargado de culpas que lo devoraban. La ausencia de Damián fue notoria: algunos lo consideraron cobardía, otros un acto de respeto. Para Tacio, fue un alivio amargo, pues el vacío paterno lo hería de un modo inesperado.
En otro rincón de Toledo, Luz Borrel se refugiaba en su trabajo. Con la excusa de sus estudios con aloe vera, intentaba huir de la sombra de Luis Merino y de todo lo que significaba la familia de la Reina. Pero un encargo de don Pedro la alcanzó: debía entregar a Cristina una carta escrita en su lecho de muerte. La joven, enfrentada a la figura de su tío, rechazó recibirla al principio. Sin embargo, la misiva quedó en sus manos, y con ella, un torbellino de recuerdos y emociones contradictorias.
Cuando por fin se atrevió a abrirla, Cristina se encontró con palabras de arrepentimiento. Pedro, debilitado y al borde del final, reconocía sus errores y pedía que no lo recordara como un tirano, sino como un hombre que, de alguna manera retorcida, había sentido afecto por ella. Irene intentó abrirle los ojos, advirtiéndole de la manipulación, pero Cristina quedó atrapada en la confusión: ¿era aquel hombre un monstruo o un ser trágico que buscaba redención?
En la mansión Merino, la tensión se desató tras el funeral. Digna, rota por semanas de sufrimiento, terminó por descubrir que su familia había sabido del chantaje de Pedro y había callado. El dolor se convirtió en furia: no era solo la traición del difunto lo que la devastaba, sino la complicidad silenciosa de los suyos.
Ese mismo día, un giro inesperado trajo un rayo de luz: Miguel Ángel Vaca, influyente político, acudió a Damián con noticias favorables para los terrenos de los Merino y con una oferta pública para limpiar la imagen de las perfumerías de la Reina. La noticia dividió a la familia: mientras Digna la recibió como un alivio, Joaquín y Luis sospecharon de las verdaderas intenciones de Damián.
La tragedia no se detenía ahí. Marta, incapaz de sobrellevar el vacío, se dejó arrastrar por el alcohol, poniendo en jaque su matrimonio con Pelayo, quien intentaba desesperadamente proteger tanto su posición política como una relación que se desmoronaba. Andrés, por su parte, presionaba a la policía para esclarecer la desaparición de Santiago, enfrentándose directamente a Pelayo, que intentaba impedir que la verdad saliera a la luz. Una sombra cercana presenció aquel intercambio, confirmando que un secreto aún más oscuro estaba a punto de estallar.

Y en medio de todo, Tacio se quebró. Con Gaspar como único testigo, confesó entre lágrimas su mayor arrepentimiento: haber estado tan cegado por el odio hacia su padre que no fue capaz de ver el sufrimiento de su madre en vida. La culpa lo devoraba, convencido de que sería su condena.
La jornada terminó con un aire pesado, pero también con una revelación inesperada. Digna, incapaz de callar más, acudió al despacho de Damián. Entre lágrimas, le confesó que Pedro la había chantajeado durante años, usándola como su prisionera a causa de un error pasado. En lugar de juzgarla, Damián la escuchó con respeto y le ofreció comprensión. Esa noche, en medio del dolor y la desolación, ambos encontraron un punto de conexión inesperado, un inicio donde antes solo había ruinas.
El 17 de septiembre en Toledo no fue solo el día del adiós a doña Ángela, sino la jornada en la que los secretos de la familia de la Reina comenzaron a salir a la luz, con culpas, traiciones y alianzas que cambiarán para siempre el destino de todos.