Gema se presenta en casa de Digna y descubre… ¡su golpe en la cara! – Sueños de Libertad
Digna, ábrame, por favor
La tensión de la escena comienza desde el mismo instante en que Gema, con insistencia casi desesperada, golpea la puerta de Digna. Sus palabras cargadas de súplica resuenan una y otra vez: “Digna, ábrame, sé que está en casa, no me pienso mover de aquí hasta que la vea”. El silencio inicial de la vivienda intensifica el dramatismo, hasta que por fin, tras largos segundos de incertidumbre, se escucha una respuesta cansada: “Ya voy, Gema… ya voy”. La puerta se abre lentamente y, al otro lado, aparece una Digna abatida, con el rostro marcado por el peso de las preocupaciones.
Gema entra con decisión, sin ocultar su mezcla de preocupación y enfado. Lo primero que hace es reprocharle su aislamiento: ¿por qué se encierra en casa como si el mundo hubiese dejado de existir? ¿Por qué apartarse de todos en un momento en el que su familia la necesita? Digna, con voz quebrada, se justifica: asegura estar cansada, insiste en que no hacía falta que Gema se desplazara hasta allí y recalca que ya le había dicho que estaba bien. Pero Gema no se deja convencer: sabe que la situación de don Pedro, gravemente enfermo, no justifica que Digna se desentienda de todo lo demás.

Finalmente, Digna reconoce la verdad entre suspiros: lo sabe, tiene razón, pero siente que ahora debe estar allí, encerrada, lejos de todos. Sus palabras suenan enigmáticas, como si hubiera algo más detrás de su actitud. Gema, intrigada, insiste en que le explique qué ocurre realmente. “Míreme a los ojos, por favor, y cuéntemelo”, le suplica. La tensión se corta cuando una voz externa interrumpe la conversación. Alguien ha estado escuchando desde fuera y pregunta quién llamaba a la puerta.
Es entonces cuando la atmósfera se transforma: aparece otro personaje, que recibe a Gema con un tono aparentemente cordial, sorprendido de verla. Se insinúa con naturalidad que Gema ha venido a hacerle compañía a su suegra, pero ella, algo incómoda, aclara que no es así. Solo ha venido a entregar un encargo y debe marcharse enseguida para regresar a su trabajo. Se despide con rapidez, deseando una pronta recuperación para don Pedro, y abandona la escena. La salida repentina deja tras de sí un aire de tensión latente, como si hubiera secretos que nadie quiere pronunciar en voz alta.
Con la marcha de Gema, la conversación toma un giro inesperado. Digna se queda sola con su interlocutor, y este aprovecha para cuestionarla sobre lo ocurrido. “¿Qué hacía aquí tu nuera?”, pregunta con desconfianza. Ella intenta justificarse con una frase breve: su familia la echa de menos, y lo más probable es que pronto tenga que ir a visitarlos, como mucho mañana o pasado. Pero la respuesta no convence del todo. El recuerdo de la visita de Gema se convierte en un recordatorio incómodo de que el aislamiento de Digna no puede durar mucho más.
Para suavizar las tensiones, el hombre promete cambiar su comportamiento. Con gesto solemne, asegura que no volverá a perder los nervios con ella, que todo lo que ha pasado quedará atrás. Es más, dice estar dispuesto a compensarla por los errores cometidos. Sus palabras parecen prometer una nueva etapa, aunque cargadas de sospechosa solemnidad.
Entonces lanza una propuesta sorprendente: hará todo lo posible para que Joaquín lo perdone. Está dispuesto incluso a poner dinero de su propio bolsillo para que Luis y los suyos puedan afrontar la ampliación de capital y así mantener su porcentaje en la empresa. Una oferta que, de entrada, suena a gesto de generosidad, pero que pronto se revela cargada de segundas intenciones.
Digna lo escucha, atónita. “¿De qué estás hablando?”, pregunta, incapaz de ocultar la incredulidad. Él insiste en su plan: todos deberán aportar dinero si quieren salvar la compañía, y sabe que los hijos de Digna tienen los recursos para hacerlo. En su lógica, él puede poner el dinero en nombre de ellos, garantizando así que no pierdan participación en la sociedad. Lo expone como una solución práctica, casi inevitable.
Pero lo que él interpreta como una salida inteligente, Digna lo recibe como una ofensa directa. Sus palabras cargan de dignidad y orgullo cuando le responde que sus hijos jamás aceptarían semejante gesto. “¿Crees que puedes comprarnos? ¿Que puedes comprarme a mí o a mis hijos con tu dinero?”, le espeta con rabia contenida. La tensión sube de inmediato, y el aire se llena de un enfrentamiento cargado de resentimientos pasados.
Ella va más allá: le recuerda que, aunque tuvieran que dormir bajo un puente, jamás aceptarían ni una sola peseta proveniente de él. Sus hijos, insiste, tienen mucha más dignidad de la que él pueda imaginar. Sus palabras caen como un portazo definitivo, marcando la distancia entre ambos y revelando que la herida que los separa está lejos de cicatrizar.
En ese instante, el ambiente se vuelve insoportable. La propuesta que pretendía sonar como un acto de buena voluntad termina siendo percibida como un intento de manipulación, de compra encubierta. La respuesta de Digna, firme y tajante, demuestra que la desconfianza sigue intacta y que el dinero no puede borrar el dolor ni los errores del pasado.
La escena nos deja con varias certezas. Primero, que Digna está atrapada en un torbellino emocional: entre la enfermedad de don Pedro, la visita inesperada de Gema y la presión de este hombre que intenta imponer soluciones a golpe de talonario. Segundo, que la familia de Digna está en el centro de una crisis económica y emocional que amenaza con fracturarlos a todos. Y tercero, que las promesas de cambio y compensación quizá no sean más que una estrategia para recuperar poder y control, disfrazada de generosidad.

Mientras tanto, el aislamiento de Digna adquiere un nuevo sentido. No es solo cansancio lo que la mantiene encerrada en su casa, sino la carga de un secreto, la presión de un conflicto que no sabe cómo manejar. Su negativa a dejar que Gema o los demás se acerquen demasiado puede ser una forma de protegerlos, o tal vez un intento de protegerse a sí misma. Sea como sea, su lucha interior queda expuesta.
La conversación deja tras de sí más preguntas que respuestas. ¿Aceptarán los hijos de Digna participar en esa ampliación de capital? ¿Se atreverán a rechazar la “ayuda” aunque eso signifique perderlo todo? ¿Podrá Digna resistir la presión de un hombre que intenta doblegarla con dinero y promesas? Y, sobre todo, ¿qué papel jugará Gema en esta historia, ahora que ha sido testigo de la fragilidad y el encierro de su suegra?
El spoiler termina con una certeza: lo que parecía una simple visita de cortesía abre la puerta a un conflicto mucho más profundo, donde la lealtad, la dignidad y la supervivencia económica de toda una familia se ponen en juego. Digna, enfrentada a sus propios miedos, tendrá que decidir si mantiene su aislamiento o si planta cara a las manipulaciones que amenazan con atraparla de nuevo.