La Promesa, avance del capítulo 676: Catalina desafía al barón en La Promesa
Catalina desafía al barón en La Promesa
El episodio 676 de La Promesa (martes, 16 de septiembre) se convierte en uno de los más intensos hasta la fecha. La calma aparente del palacio se rompe bajo el peso de las amenazas del barón de Valladares, quien decide atacar directamente a Catalina de Luján. Su propuesta es tan cruel como inesperada: exige que Catalina abandone la finca para siempre, y lo haga sola, sin su marido ni sus hijos. Una condena disfrazada de solución que, lejos de intimidarla, despierta la furia de la joven noble, desatando un enfrentamiento que marcará un antes y un después en la historia de la casa.
La tensión se palpa desde el inicio. El barón, sentado en su butaca con el aire de un rey exiliado que aún se cree soberano, observa a Catalina con frialdad depredadora. Ella, erguida frente a él, mantiene la compostura aunque por dentro hierve de rabia y dolor. La conversación comienza con la habitual hipocresía del barón, envolviendo su veneno en palabras de falsa cortesía. Habla del bienestar de la familia, de la necesidad de restaurar la paz, y de sacrificios inevitables. Catalina escucha en silencio, consciente de que cada palabra es un golpe calculado. Finalmente, llega el ultimátum: debe abandonar La Promesa.

La sorpresa de Catalina no se debe al destierro en sí, sino a la crueldad añadida. Cuando cree que su familia deberá acompañarla, el barón aclara que no: Pelayo y los niños permanecerán en la finca, y ella tendrá que marcharse sola. La humillación alcanza cotas insoportables, pero Catalina no se derrumba. Al contrario, se alza con la fuerza de su linaje y le planta cara al tirano. Con voz firme, lo acusa de usurpador y lo reta sin miedo: antes quemará la finca con todos dentro que dejar a su familia en manos de aquel hombre. El choque entre ambos es brutal, una guerra de orgullo y poder donde ninguno parece dispuesto a ceder. Finalmente, Catalina abandona el salón con paso decidido, sabiendo que la batalla apenas ha comenzado.
Sin embargo, su desafío no queda en secreto. Los invitados y nobles de la casa, siempre atentos a cualquier escándalo, han escuchado los gritos y comienzan a murmurar. El rumor de que Catalina es la instigadora de la revuelta de los trabajadores cobra fuerza. Una marquesa comenta que se comporta más como revolucionaria que como aristócrata, un conde asegura que su cercanía con los criados ha provocado el levantamiento, y una duquesa la acusa de tratar a la servidumbre como iguales. Poco a poco, el veneno de la murmuración la convierte en blanco de todas las críticas, aislándola socialmente y dejándola vulnerable a los planes del barón.
En ese estado de tensión, Catalina se cruza con su prima Martina. Lo que podría haber sido un gesto de apoyo, se convierte en un estallido de rabia. Incapaz de contenerse, Catalina la acusa de falsa y de hipócrita, desahogando su dolor en ella. La escena atrae a Cruz, su madrastra, quien aprovecha la ocasión para humillarla públicamente, recordándole que sus ideas “modernas” con los sirvientes han traído la desgracia sobre la familia. Catalina, desbordada, grita su verdad: todos la han traicionado y la culpan injustamente. Finalmente, rompe en un arrebato de frustración y se encierra en sus aposentos, convencida de que ya no tiene aliados dentro del palacio.
Lejos de los salones, otro drama se desarrolla en la sombra. Ángela, encerrada por su propia madre, suplica a Leocadia que permita que un médico la examine. No se trata solo de nervios: siente mareos, falta de aire y un temor creciente de estar gravemente enferma. Leocadia, dividida entre la dureza de sus principios y el instinto materno, termina cediendo. Aunque insiste en que el encierro continúa, promete llamar al doctor. Para Ángela, esa pequeña concesión es un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.
Mientras tanto, en el despacho, Cristóbal y Ricardo se enfrentan en un duelo verbal cargado de rencor. El nuevo mayordomo acusa a Ricardo de haber intentado recuperar su lugar pidiendo favores a Manuel, el hijo del marqués. Para Ricardo, es un insulto imperdonable. Orgulloso y leal, niega con furia cualquier acusación, pero Cristóbal insiste en que su tiempo ha pasado. La tensión es insoportable: uno representa la ambición despiadada del presente, el otro, la lealtad de un mundo en extinción. Ambos saben que no hay lugar para los dos en La Promesa, y que su rivalidad solo puede acabar en destrucción.
En los pasillos de servicio, Samuel es testigo de una humillación que lo destroza por dentro. Pía, la que fuera una figura respetada en la finca, se ve reducida a fregar suelos como la más baja de las criadas. La mujer que mantuvo el orden y la disciplina de la casa aparece degradada, con las manos agrietadas y el rostro cansado. Samuel, oculto, observa con impotencia. El dolor de verla así lo desgarra, pero sabe que intervenir solo empeoraría las cosas. La injusticia lo llena de rabia, y por primera vez, odia a La Promesa y todo lo que representa.
En la cocina, Petra lucha contra un dolor físico persistente. Aunque el médico lo ha calificado de simple tortícolis, las molestias no desaparecen y su carácter se vuelve más agrio que de costumbre. Su mal humor, unido al ambiente cargado del palacio, la convierte en una presencia insoportable para los demás. La tensión se extiende como un veneno invisible, afectando incluso a las tareas más cotidianas.

La situación estalla finalmente con Lope. El lacayo, abatido y con el rostro sombrío, no logra ocultar su malestar. Simona y Candela intentan ayudarlo, pero su insistencia lo incomoda aún más. Cuando Vera interviene para protegerlo, Lope pierde el control y descarga toda su frustración contra ella. Sus palabras son crueles y desagradecidas, y hieren profundamente a la joven. Vera, entre lágrimas, le responde con firmeza y se marcha, dejando a Lope sumido en un arrepentimiento amargo. Lo que había comenzado como un intento de consuelo termina en una ruptura dolorosa que nadie sabe cómo reparar.
La jornada concluye con un ambiente asfixiante en el palacio. Catalina ha ganado la primera batalla contra el barón, pero los rumores la han convertido en paria. Ángela espera con desesperación la llegada del médico, mientras Samuel y Pía sufren la crueldad del sistema que los oprime. Ricardo y Cristóbal se declaran una guerra silenciosa, y Lope arruina su relación con Vera en un arrebato de ira. Cada rincón de La Promesa está cargado de resentimiento, miedo y orgullo herido.
El sol se oculta, tiñendo el cielo de tonos violetas, pero la verdadera oscuridad está dentro de los muros. Una tormenta de secretos, traiciones y dolor se prepara para estallar. Nadie en el palacio está a salvo, y cada palabra, cada gesto, puede ser la chispa que encienda un incendio imposible de apagar.