Avance Sueños de Libertad, Capítulo 393: Pelayo cambia de estrategia
Avance ‘Sueños de libertad’: Pelayo cambia de estrategia en el capítulo 393 (15 de septiembre)
El lunes 15 de septiembre en la colonia De la Reina no amaneció como un día cualquiera. El aire parecía impregnado de secretos, de silencios a punto de romperse, y cada rincón estaba cargado de tensiones que amenazaban con estallar. Marta, hundida en una tristeza que Pelayo veía cada vez más peligrosa para sus ambiciones políticas, era solo una pieza dentro de un tablero donde todos jugaban su propia partida.
En la imponente casa grande, el corazón de los De la Reina, la calma se quebró con la llegada de Cristina. Su entrada, discreta pero urgente, fue suficiente para electrizar el ambiente. Desesperada, acudió a Damián en busca de ayuda, confesando que no había tenido noticias de José desde hacía días y que el silencio la estaba consumiendo. Irene, atrapada en su propio dolor y chantaje, compartía esa angustia. Damián, cargado con culpas que lo perseguían, trató de mostrar compasión. Aunque no tenía respuestas, les ofreció una salida: un contacto de confianza, un detective privado llamado Ángel Ruiz. No era una solución definitiva, pero sí una esperanza, un hilo al que Cristina se aferró con toda su alma.
Mientras Cristina recuperaba un atisbo de luz, en el dispensario Begoña y Andrés lidiaban con un conflicto doméstico que evidenciaba el deterioro de la familia. María había despedido a Olga, su cuidadora, alegando brusquedad en su trato. Andrés, indignado, percibía en esa decisión un castigo encubierto por negarse a la adopción, un abismo que día a día lo separaba más de su esposa. Begoña, conmovida pero firme, advirtió que María necesitaba ayuda profesional. No se trataba de encerrarla, sino de enfrentar la realidad de su fragilidad antes de que fuera demasiado tarde. Las palabras quedaron flotando en el aire, dejando a Andrés sumido en un dilema que lo hacía sentirse atrapado en un matrimonio cada vez más insostenible.

En la cantina, la tristeza tenía nombre: Tasio. La muerte de su madre lo había sumido en un duelo insoportable. Entre papeles de funeraria, incapaz de decidir ni siquiera los detalles del entierro, recibía el apoyo silencioso de Gaspar y Raúl. Pero su tormenta interior se intensificó cuando aparecieron sus hermanos por parte de Damián. Intentaban darle el pésame y ofrecer que su padre se encargara de los gastos del funeral. Aquellas palabras fueron gasolina sobre el fuego. Tasio explotó, rechazó cualquier vínculo con los De la Reina y dejó claro que no permitiría que su madre fuera mancillada por la caridad de un hombre al que consideraba culpable de su sufrimiento. La rabia lo cegó, rompiendo cualquier puente con esa parte de su familia.
Paralelamente, Damián tejía sus propios hilos de poder. En su despacho recibió al gobernador civil, Miguel Ángel Vaca, para pedirle un favor arriesgado: recalificar los terrenos de los Merino como suelo industrial. La petición rozaba lo ilegal, pero era clave para salvar la empresa familiar. El gobernador dudó, consciente del peligro de comprometer su carrera, pero Damián apeló a viejas deudas y a su red de influencias. Finalmente, Vaca cedió, sellando un pacto peligroso que, si bien podía sostener la economía de la colonia, también lo ataba a un compromiso con consecuencias imprevisibles.
En la casa de los Carpena, un secreto aún más oscuro se revelaba. Gema fue testigo de un momento de violencia de don Pedro contra Digna y, horrorizada, corrió a contárselo a los hijos de la mujer. Joaquín y Luis, consumidos por la furia, enfrentaron a su madre, quien terminó confesando entre lágrimas que Pedro la maltrataba. Lo más devastador fue la revelación de la razón que la mantenía sometida: don Pedro sabía la verdad sobre la implicación de Luis en la muerte de Jesús de la Reina y la usaba como arma de chantaje. La confesión hundió a los hermanos, especialmente a Luis, atrapado en la culpa de haber condenado a su madre a ese tormento.
Al mismo tiempo, Irene, empujada por la desesperación y las palabras ingenuas de Claudia, tomó una decisión arriesgada. Visitó a su hermano Pedro para proponerle un trato: a cambio de revelar el paradero de José y liberar a Digna de sus amenazas, ella se quedaría a su lado, cuidándolo hasta el final de sus días. La oferta, cargada de sacrificio, era una apuesta desesperada por salvar a quienes amaba, aunque significara encadenarse de nuevo al monstruo que había marcado su vida.
Mientras tanto, Begoña encontraba en Gabriel el refugio que tanto necesitaba. Paseando por los jardines, se confesaba con él, descargando su angustia sobre la situación con María, Andrés y la fábrica. Gabriel, atento y afectuoso, le ofrecía palabras de calma y la promesa de felicidad. Para Begoña, aquel vínculo era un salvavidas en medio de su naufragio personal. Lo que ignoraba era que esa aparente estabilidad escondía secretos y mentiras que algún día derrumbarían la ilusión que tanto la sostenía.
María, lejos de calmarse, continuaba usando el dolor como arma. Aprovechó el despido de Olga para atacar de nuevo a Andrés, acusándolo de no entenderla, de negarle el hijo que tanto deseaba y de no priorizarla. Cada reproche era un dardo envenenado, que erosionaba aún más un matrimonio convertido en campo de batalla, donde el amor había dado paso al resentimiento.

En otro rincón de la casa, Marta se hundía en sus miedos tras la muerte de Ángela. La idea de perder a Fina la obsesionaba, llevándola a una apatía oscura que Pelayo observaba con creciente impaciencia. Para él, el sufrimiento de su esposa no era solo un drama personal, sino una amenaza para su carrera política. Decidido a no dejar que su futuro se arruinara, comprendió que debía cambiar de estrategia. Ya no bastaba con mostrarse comprensivo; necesitaba actuar con determinación, aunque eso implicara tomar medidas drásticas para “recuperar” a Marta.
La jornada terminó con un encuentro cargado de resentimiento. Damián buscó a Tasio en la cantina para intentar acercarse. Con palabras emocionadas, le confesó su arrepentimiento y le aseguró que siempre lo consideraría su hijo. Pero Tasio, desgarrado por el dolor y la rabia, lo rechazó con violencia verbal. Lo acusó de haber destruido a su madre y de ser culpable de su muerte lenta y dolorosa. Con frialdad, le dejó claro que prefería ser un bastardo sin nombre antes que llevar el apellido de un cobarde. Sus palabras fueron un látigo que dejó a Damián roto, enfrentado al odio irreconciliable de un hijo que no estaba dispuesto a perdonar.
La noche cayó sobre la colonia, envolviendo en sombras a cada familia. Nada había terminado: las revelaciones, los pactos y los enfrentamientos solo abrían nuevas heridas. El amanecer siguiente no traería paz, sino las consecuencias inevitables de un lunes en el que cada personaje había tomado decisiones que marcarían sus destinos para siempre.