Sueños de Libertad Capítulo 392 (Tensión entre María y Damián por el futuro de Julia y la empresa)
📺 Spoiler Sueños de Libertad: un accidente trágico, secretos peligrosos y decisiones que marcarán destinos
El capítulo 392 de Sueños de Libertad se abre con un tono sombrío que invade toda la atmósfera. La radio se convierte en portadora de una noticia devastadora: un accidente ocurrido la tarde anterior a las cinco ha dejado un rastro de dolor y desolación. Un autobús que cubría el trayecto entre Toledo y Sonseca se precipitó por el conocido barranco del perro. El impacto fue brutal, el vehículo se destrozó y la escena resultante estuvo cargada de caos, gritos y desesperación. Decenas de pasajeros resultaron heridos y varias personas perdieron la vida. La voz del locutor insiste en que las autoridades acudieron de inmediato para organizar los rescates, trasladar a los heridos y atender la emergencia. La crudeza del relato golpea con fuerza a los personajes, pues comenzar el día escuchando semejante desgracia impregna el ambiente de un peso insoportable.
En ese instante, en la casa, se desarrolla otra escena cargada de tensión. María se encuentra en medio de su terapia de rehabilitación con Olga, la enfermera que la asiste. La mujer trabaja con firmeza sobre su pierna inmóvil, provocando que María deje escapar un gesto de dolor. “Por Dios…”, exclama Olga al ver la expresión de su paciente, pero María desvía la atención hacia la radio. Con evidente fastidio, comenta que no soporta escuchar tantas desgracias tan temprano. Ordena que apaguen el aparato y, con voz cansada, pide a Olga que le prepare una infusión. Cuando la cuidadora sale, María aprovecha la soledad para hacer lo que nadie debe descubrir: se levanta con esfuerzo de la silla y estira lentamente sus piernas. Está recuperando movilidad, pero mantiene ese secreto oculto porque sabe que puede convertirse en un arma contra ella. Apenas ha comenzado a moverse cuando llaman a la puerta. El sobresalto la obliga a sentarse de nuevo con rapidez. El visitante es Damián, que entra con gesto serio aunque afectuoso.
La conversación entre ambos se torna crucial. Damián pregunta por la rehabilitación y María responde con una mezcla de resignación y disimulo. Reconoce que la noche anterior no pudo descansar, pues pasó horas pensando en la situación de la empresa. Él, con tono grave, admite que justamente ese es el motivo de su visita. La fábrica atraviesa momentos críticos, pero asegura que pronto todo volverá a funcionar con normalidad. María, desconfiada, replica que para salir adelante hará falta un sacrificio grande y muy arriesgado. Damián intenta tranquilizarla recordando que las oscilaciones forman parte natural de los negocios. Le promete que Julia, su nieta, jamás quedará desprotegida. Todo lo que ha hecho en su vida ha sido con el propósito de asegurarle un legado.

Pero María no se muestra convencida. Lo mira con dureza y le advierte que si por una mala gestión se perdiera todo, Jesús se revolvería en su tumba. La tensión se intensifica. Damián explica que la única opción viable es una ampliación de capital. María cuestiona con ironía la lógica de invertir una fortuna solo para conservar el mismo porcentaje de acciones. Él insiste: la clave está en mantener la participación de la familia y no perder poder en la dirección de la empresa, porque eso sí pondría en riesgo el futuro de Julia. María, con sarcasmo, comenta que al final Julia debería poner un dineral por un problema que ni siquiera provocó.
En ese punto surge inevitablemente el nombre de Don Pedro. María advierte que, si Damián no actúa, Pedro podría aprovechar para aumentar su poder. Damián reconoce que ese escenario sería un desastre, porque Pedro nunca hace nada sin exigir algo a cambio: un voto en las juntas, influencia o incluso parte de las acciones de Julia. María, más tranquila, admite que nadie le ha ofrecido nada concreto aún, pero deja la amenaza flotando en el aire.
Más tarde, Gabriel acompaña a María a la galería. Ella, con gesto burlón, le cuenta la reacción de su tío al escuchar la posibilidad de que Pedro fuera quien pusiera el dinero. Gabriel arquea una ceja y le reprocha si no fue demasiado directa. María responde con seguridad: sabe jugar sus cartas. Ambos coinciden en que lo que de verdad mueve a Damián no es la preocupación por Julia, sino su deseo de impedir que Pedro acumule más poder. El ambiente se tiñe de ironía cuando Gabriel comenta que los franceses podrían acabar arrebatándolo todo y que ese día lo celebrará. María admite que también disfrutaría de verlo, aunque solo fuera por los múltiples intentos de Damián de echarla de la casa.
Sin embargo, la amenaza más grande se esconde en otro secreto: su recuperación física. Gabriel advierte que si alguien descubre que María está recuperando la movilidad en las piernas, los planes se derrumbarán. Ella confiesa que teme que Olga lo note. Sus músculos se están fortaleciendo demasiado y podría comentarlo a Andrés o, peor aún, a Begoña. Gabriel concluye que deben adelantarse: hay que apartar a Olga. María, firme, acepta que ha llegado la hora de decidir. La conversación se vuelve oscura cuando Gabriel propone tenderle una trampa, como ya hizo en el pasado con otra empleada acusada injustamente de robar un perfume. María rechaza esa idea cruel, asegura que no permitirá que Olga termine en la cárcel, pero reconoce que aún no tiene un plan claro. Gabriel le advierte que no hay margen para improvisar: Begoña es demasiado astuta y cualquier error sería fatal.
En medio de esa tensión, aparecen Manuela y Olga con la infusión. María estalla contra Olga, reprochándole la tardanza con dureza. Manuela, solidaria, interviene y admite que fue ella quien la entretuvo porque necesitaba ayuda con un fuerte dolor de cuello. Elogia los conocimientos de Olga sobre las cervicales. María, fría y cortante, responde que no conviene abusar de ella porque bastante tiene con cuidar de una tullida como ella misma. La humillación deja claro que Olga está en el punto de mira y que su permanencia en la casa peligra más que nunca.
Lejos de allí, en la cantina, otra trama se despliega. Cristina conversa con Irene sobre los anuncios publicados en el periódico para encontrar noticias de su padre. Irene, frustrada, confiesa que tras tres días nadie ha respondido. Cristina considera que fue un gesto romántico, aunque quizá ingenuo. Irene insiste en que algo le ha tenido que suceder a su padre: no es lógico que un día se arriesgara para vivir cerca de ella y de repente desapareciera sin dejar rastro. Cristina escucha atenta y le pregunta si sigue convencida de que Don Pedro está involucrado. Irene asegura que sí, aunque admite que ahora que lo ve enfermo no puede dejar de sentir compasión.

Cristina, en cambio, no logra apartar de su mente la idea de que Pedro pudo haber hecho algo malo a su padre. Irene lo niega categóricamente, afirmando que aunque pudo haberlo presionado o amenazado, jamás sería capaz de algo tan extremo. La tensión crece. Cristina recuerda que recibieron el dinero y las alianzas, pero insiste en que algo malo pudo suceder después. Irene, molesta, corta el tema y le pide dejar de insistir. Cristina, firme, responde que no piensa quedarse de brazos cruzados esperando noticias que tal vez nunca lleguen.
Entonces lanza una idea: Damián podría ayudarlas a descubrir la verdad. Irene, rotunda, se niega. Lo considera otro manipulador que le ha hecho demasiado daño y lo quiere lejos de su vida. Cristina, sin embargo, recuerda que gracias a él ahora ellas están juntas como madre e hija. Con firmeza, dice que ya no es momento de escrúpulos. Irene suspira, incómoda y resignada, pero la tensión queda sembrada.
El episodio cierra con un abanico de frentes abiertos: un accidente que marca el día con dolor, un secreto físico que podría cambiar el equilibrio de poder, maniobras financieras donde la sombra de Don Pedro amenaza con imponerse y, en paralelo, el misterio de un padre desaparecido que divide a madre e hija. Los personajes se mueven en un tablero de ajedrez donde cada decisión puede ser fatal y donde el pasado, los secretos y las traiciones se entrelazan para preparar un futuro cargado de conflictos inevitables.