LA CAÍDA DE UNA VILLANA EN LA PROMESA || CRÓNICAS de La Promesa Series

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La historia de La Promesa entra en un punto de no retorno y los espectadores asisten a la caída estrepitosa de una de las figuras más implacables de la trama: Leocadia de Figueroa, conocida por muchos como “la postiza”. Su poder, su influencia y su capacidad de manipular a todos a su alrededor comienzan a resquebrajarse. Y aunque buena parte del público considera que recibe el castigo que merece, lo cierto es que lo que vive esta mujer no deja de ser también una tragedia personal: porque cuando pierdes aliados, dinero, prestigio y respeto, lo único que queda es tu familia, y hasta eso se le está escapando entre los dedos.

El reflejo más claro de esta soledad es Ángela, su hija, a la que siempre intentó moldear como pieza de su tablero de ajedrez. Pero en los capítulos recientes se ve cómo el vínculo se rompe. Ángela ya no es la niña sumisa que acataba cada decisión de su madre. Ahora está en el centro de un chantaje atroz, utilizada como moneda de cambio por Lorenzo de la Mata, ese capitán que no conoce límites. El precio de mantener en secreto los crímenes y maquinaciones de Leocadia es alto: entregar a su hija en matrimonio. Una exigencia que no nace del amor, sino del deseo de dominar y destruir.

Y es que la vida de Leocadia nunca estuvo limpia. Su llegada a La Promesa estuvo marcada por la ambición y la venganza. Siempre ocupó un lugar que no le correspondía, suplantando en cierto modo el rol de la marquesa Cruz, lo que le ganó el apodo de “la postiza”. Durante meses se creyó intocable, jugando en la sombra, moviendo hilos, manipulando palabras y gestos para que todo cayera bajo su control. Pero ahora, la máscara se agrieta. Su aparente fortaleza no resiste los embates de la traición, el chantaje y el abandono.

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Uno de los primeros golpes que recibe viene de donde menos lo esperaba: el señorito Manuel. Leocadia lo consideraba un aliado estratégico, casi indispensable para su gran proyecto empresarial. Pensaba que estaban en el mismo bando, que sus intereses estaban unidos y que juntos podrían asegurar una fuente inagotable de ingresos. Sin embargo, Manuel da un paso atrás de forma silenciosa pero devastadora: vende su parte, cobra las veinte mil pesetas que le ofrece don Pedro Farré y se marcha de la empresa. No hay reproches, no hay acusaciones ni grandes discursos. Solo un portazo elegante que deja a Leocadia sin el socio clave que garantizaba la viabilidad de su plan.

Ese abandono le duele más que mil críticas. La mujer que siempre creyó tenerlo todo calculado se queda con el “moño hecho”, sorprendida por una jugada que no esperaba. La pérdida no es solo económica, sino simbólica. Es la demostración de que incluso sus alianzas más seguras se derrumban. El proyecto empresarial, levantado sobre un hangar de La Promesa y sostenido en gran parte por Manuel, se tambalea. Con Manuel fuera, ¿qué futuro puede tener esa sociedad? Ni el dinero de don Pedro ni las maniobras de Leocadia parecen capaces de salvar un negocio sin alma ni socios comprometidos.

Desesperada, Leocadia recurre al marqués, pidiendo que interceda para que Manuel reconsidere su decisión. Pero esa súplica la retrata como nunca antes: ya no es la mujer fuerte y temida que imponía su voluntad, sino una madre y estratega acorralada, rogando favores que quizás no lleguen. Y mientras intenta salvar un frente, otro mucho más peligroso se abre.

Ese frente tiene nombre y apellidos: Lorenzo de la Mata. El capitán, al que algunos llaman “el garrapata”, revela la jugada más baja de todas. Conoce secretos que, de hacerse públicos, arruinarían para siempre a Leocadia. Sabe lo ocurrido la noche del atentado contra Hann, el secuestro del niño de Dolores —Curro— y la trágica muerte de la propia Dolores. Todo apunta hacia la misma responsable: la postiza. Y Lorenzo está dispuesto a usar ese conocimiento para su beneficio.

La propuesta es simple y monstruosa: su silencio a cambio de la mano de Ángela. Una boda que no tiene nada de romántica ni de conveniente, sino que es puro chantaje. “Tu hija por mi silencio”. Leocadia, por primera vez, siente verdadero miedo. No es el temor a perder dinero o estatus, sino el pánico de ver cómo su hija es entregada a un hombre que la utilizará como trofeo y herramienta de venganza. Aunque su carácter frío y distante no le permita derramar lágrimas, se percibe en sus gestos y en su mirada la angustia de una madre que no sabe cómo proteger a su hija.

Aquí reside la paradoja que más impacta a los espectadores: Leocadia siempre fue cruel, manipuladora, capaz de destruir sin remordimiento a quien se interpusiera en su camino. Pero en medio de su caída, aflora una faceta inesperada: la de una madre que sufre. Su amor nunca fue tierno ni expresivo, pero el dolor de ver a Ángela atrapada en la red de Lorenzo es real. Esa contradicción la humaniza, mostrando que incluso los villanos más fríos tienen un punto débil.

Y la debacle no se limita a lo personal o lo familiar. A nivel social, Leocadia queda aislada. Sus planes pierden fuerza, sus alianzas se deshacen y los murmullos del palacio corren en su contra. Lo que en otro tiempo fue respeto y miedo se transforma en desconfianza y rechazo. La mujer que presumía de tenerlo todo bajo control ahora es observada como una figura rota, vulnerable y sola.

El detalle más simbólico llega en el capítulo 670, cuando la vemos enfrentarse a su propio reflejo. Ya no es la marionetista que movía los hilos en las sombras, como bien había dicho Ángela alguna vez. Ahora es la marioneta de un destino que se le escapa, de enemigos que la superan y de secretos que amenazan con estallar. Su castillo de naipes se derrumba ante los ojos de todos, y aunque parezca que se lo ha ganado, no deja de ser doloroso ver cómo cae.

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Porque al final, Leocadia es madre, aunque no sepa serlo. Es estratega, aunque la traicionen sus cálculos. Es humana, aunque le cueste reconocerlo. Su caída no es solo la de una villana castigada, sino la de una mujer atrapada en su propio juego, víctima de sus excesos y de sus obsesiones.

¿Será este el final definitivo de la postiza o tendrá aún fuerzas para levantarse y mover algunas piezas más? Esa es la gran pregunta que queda en el aire. Porque en La Promesa, nada está escrito en piedra y hasta los personajes más derrotados pueden sorprender con un giro inesperado.

Lo cierto es que esta semana la veremos más rota que nunca, enfrentada a la soledad más cruda y con el corazón desgarrado por un dolor que jamás confesará en voz alta. Una tragedia disfrazada de justicia poética que, como buen spoiler, promete marcar un antes y un después en la historia del palacio.